Cuentos de los Herm anos Grimm
EDITORIAL DIG ITAL - IMPRENTA NAC IONAL
costa rica
-No, no -dijo Pulgarcito-, bajadme en seguida.
El hombre lo cogió y le puso en el suelo, en una tierra junto al camino; corrió un instante entre los
surcos y después se metió en un agujero que había buscado expresamente.
-Buenas noches, caballeros, ya estáis demás aquí -les gritó riendo.
Quisieron cogerle metiendo palos en el agujero, mas fue trabajo perdido. Pulgarcito se escondía
más adentro cada vez y empezando a oscurecer de repente, se vieron obligados a entrar en su casa
incomodados y con las manos vacías.
Cuando estuvieron lejos, salió Pulgarcito de su cueva. Temía aventurarse por la noche en medio
del campo, pues una pierna se rompe enseguida. Por fortuna encontró un caracol vacío:
-A Dios gracias -dijo-, pasaré la noche en seguridad aquí dentro. Y se estableció allí.
Cuando iba a dormirse oyó dos hombres que pasaban y el uno decía al otro:
-¿Cómo nos arreglaríamos para robar el oro y la plata a ese cura tan rico?
-Yo os lo diré -les gritó Pulgarcito.
-¿Qué hay? -exclamó uno de los ladrones asustados-; ¿he oído hablar a alguien?
Continuaban escuchando, cuando Pulgarcito les gritó de nuevo:
-Llevadme con vosotros y os ayudaré.
-¿Dónde estás?
-Buscadme por el suelo, por donde sale la voz. Los ladrones concluyeron por encontrarle:
-Pequeño extracto de hombre -le dijeron-, ¿cómo quieres sernos útil?
-Mirad -les dijo-, me deslizaré por entre los hierros de la ventana en el cuarto del cura y os pasaré
todo lo que me pidáis.
-Pues vamos a probarlo -le dijeron.
En cuanto llegaron al presbiterio, Pulgarcito se deslizó en el cuarto; después se puso a gritar con
todas