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Cuentos de los Herm anos Grimm EDITORIAL DIG ITAL - IMPRENTA NAC IONAL costa rica La leyó y vio que habían cambiado la suya. Preguntó al joven lo que había hecho de la carta que le había entregado y por qué había dado otra. -No sé nada de eso -replicó el joven-, a menos que la hayan cambiado la noche que pasé en el bosque. El rey, encolerizado, le dijo: -Esto no puede quedar así; el que pretenda a mi hija debe traerse del infierno tres pelos de oro de la cabeza del diablo. Tráemelos y entonces te pertenecerá mi hija. El rey, al darle esta comisión, creía que no volvería más. El joven le respondió: -No tengo miedo al diablo, iré a buscar los tres pelos de oro. Y se despidió del rey y se puso en camino. Llegó delante de una gran ciudad, a cuya puerta le preguntó el centinela cuál era su estado y lo que sabía. -Todo -le respondió. -Entonces -dijo el centinela-, haz el favor de decirnos por qué la fuente de nuestro mercado, que antes daba siempre vino, se ha secado y no mana más que agua. -Esperad -le respondió-, y os lo diré a mi regreso. Más lejos, llegó delante de otra ciudad; el centinela de la puerta le preguntó cuál era su estado y lo que sabía. -Todo -le contestó. -Entonces haz el favor de decirnos por qué el árbol grande de nuestra ciudad, que antes daba siempre manzanas de oro no produce ya ni hojas. -Esperad -le respondió-, y os lo diré a mi regreso. Más lejos todavía llegó delante de un ancho río que necesitaba pasar. El barquero le preguntó su estado, y lo que sabía. -Todo -le respondió. -Entonces -dijo el barquero-, haz el favor de decirme si debo permanecer siempre en este puesto sin ser relevado nunca. -Espera -le contestó-, y te lo diré a mi regreso. 117