SOBRE DOS RUEDAS
Silvia García
A Luis siempre le habían gustado mucho los deportes. En el colegio, su clase
preferida era la de educación física y, cada inicio de curso, usaba sus rotuladores
favoritos para marcar en su horario los días de la semana en los que tocaba llevar
chándal. De hecho, si no fuera por sus padres, Luis hubiera salido todos los días a
la calle vestido así.
Cuando cumplió ocho años, sus abuelos le regalaron su primera bici. Roja y
brillante. Le gustó tanto que tuvo que estrenarla la misma tarde que se la
regalaron.
Salió a un parque cercano a su casa con su abuelo y el hombre enseguida se dio
cuenta de lo bueno que era su nieto con los pedales. Llegó a casa emocionado y
estuvo hasta la hora de la cena diciendo a los padres de Luis que tenían que
buscar algún equipo en el que el niño pudiera empezar a entrenar.
- Es demasiado pequeño, es mejor esperar un par de años- dijo el padre de Luis.
Sin embargo, vio a su hijo tan entusiasmado con la idea que a la semana siguiente
ya estaban en la tienda comprando toda la equitación ciclista para Luis.
El niño empezó a entrenar dos días a la semana. Se llevaba genial con sus
compañeros de equipo y muchos empezaron a llamarle “el superhéroe de las dos
ruedas”. Su evolución fue tan rápida que sus padres ya lo veían convertido en un
gran deportista en el futuro.
Pero no todos estaban tan contentos con el progreso de Luis. Uno de sus
compañeros de equipo, Carlos, empezó a sentir envidia por el recién llegado.
Antes de que llegara Luis, él era el mejor del grupo. Se puso de tan mal humor
cuando todos empezaron a hablar de “Luis, el superhéroe de las dos ruedas” que
empezó a meterse en problemas.
Durante la carrera de Navidad y en una de las curvas más cerradas del recorrido,
Carlos empujó a Luis para adelantarle y le tiró de la bicicleta. Por suerte, Luis
llevaba casco, pero el golpe fue tan aparatoso que se rompió una pierna y se hizo
una herida en el brazo. Nadie vio lo que Carlos había hecho y Luis no se atrevió a
contar la verdad, así que Carlos se subió al podio como ganador de la carrera.
Ese día Carlos durmió muy feliz con su medalla reluciente colgada del cabecero
de la cama. Ahora era él quien se sentía como un superhéroe. Luis en cambio
estaba triste aunque no tanto por su pierna rota, como por la actitud de su
compañero, que no lograba entender.
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