GANAR O PERDER
Pedro Pablo Sacristán
Pepito odiaba perder a lo que fuera. Sus papás, maestros y muchos otros decían
que no sabía perder, pero lo que pasaba de verdad es que no podía soportar
perder a nada, ni a las canicas. Era tan estupendo, y se sentía uno tan bien
cuando ganaba, que no quería renunciar a aquella sensación por nada del mundo;
además, cuando perdía, era justo todo lo contrario, le parecía lo peor que a uno le
puede ocurrir. Por eso no jugaba a nada que no se le diera muy bien y en lo que
no fuera un fenómeno, y no le importaba que un juego durase sólo un minuto si al
terminar iba ganando. Y en lo que era bueno, como el futbolín, no paraba de jugar.
Cuando llegó al colegio Alberto, un chico nuevo experto en ese mismo juego, no
tardaron en enfrentarse. Pepito se preparó concentrado y serio, dispuesto a ganar,
pero Alberto no parecía tomárselo en serio, andaba todo el rato sonriente y hacía
chistes sobre todo. Pero era realmente un fenómeno, marcaba goles una y otra
vez, y no paraba de reír. Estaba tan poco atento, que Pepito pudo hacerle trampas
con el marcador, y llegó a ganar el partido. Pepito se mostró triunfante, pero a
Alberto no pareció importarle: “ha sido muy divertido, tenemos que volver a jugar
otro día”.
Aquel día no se habló de otra cosa en el colegio que no fuera la gran victoria de
Pepito. Pero por la noche, Pepito no se sentía feliz. Había ganado, y aun así no
había ni rastro de la sensación de alegría que tanto le gustaba. Además, Alberto
no se sentía mal por haber perdido, y pareció disfrutar perdiendo. Y para colmo al
día siguiente pudo ver a Alberto jugando al baloncesto; era realmente malísimo,
perdía una y otra vez, pero no abandonaba su sonrisa ni su alegría.
Durante varios días observó a aquel niño alegre, buenísimo en algunas cosas,
malísimo hasta el ridículo en otras, que disfrutaba con todas ellas por igual. Y
entonces empezó a comprender que para disfrutar de los juegos no era necesario
un marcador, ni tener que ganar o perder, sino vivirlos con ganas, intento hacerlo
bien y disfrutando de aquellos momentos de juego.
Y se atrevió por fin jugar al escondite, a hacer un chiste durante un partido al
futbolín, y a sentir pena porque acabara un juego divertido, sin preocuparse por el
resultado. Y sin saber muy bien por qué, los mayores empezaron a comentar a
escondidas, “da gusto con Pepito, él sí que sabe perder”
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