A la mañana siguiente, todos felicitaron a Carlos. Volvía a ser el ganador y todos
los reconocimientos volvían a ser para él.
Pero en el recreo, una compañera de su clase fue a hablar con él. Le contó que
había visto lo que había hecho y que estaba muy decepcionada.
- Mi madre siempre me dice que lo importante es jugar limpio, que si no juegas
con deportividad las medallas y los trofeos no valen nada –le dijo.
Carlos no le hizo ni caso y le dijo que era una pesada. Pero al llegar a casa esa
tarde se encontró a su padre muy triste. Le habían echado del trabajo porque un
compañero
había
contado
una
mentira
muy
grave
sobre
él.
- Me entristece mucho la falta de honestidad de la gente en la vida. –le dijo entre
lágrimas.
A la mañana siguiente Carlos, fue al entrenador a devolverle la medalla y a
confesar que había empujado a su compañero para ganar la carrera y que se
sentía muy arrepentido.
Desde ese día, Carlos aprendió que lo mejor para el equipo era ayudar a sus
compañeros y que siempre era mejor quedar el último, que ganar la carrera
haciendo trampas.
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