Cuando llegamos a la zona de concentración unos señores que vestían uniforme azul con una cruz roja en la mitad nos recibieron a los más chiquitos. Eran muy queridos con nosotros. Allá nos recibieron el fusil y las balas que habíamos cargado desde el campamento y los pusieron en unos carros grandes. Nos dieron comida y hasta nos llevaron donde un médico.
Después de eso, estuve en un hogar de unas señoras que cuidaban a varios niños mientras sus familiares aparecían. Yo también estaba buscando a los míos. Empecé a ir a una escuela, pero no hice amigos porque mis compañeritos me tenían miedo y mantenían gritándome que era un guerrillero, un asesino y que dónde había dejado el fusil.