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tenían miedo y mantenían gritándome que era un guerrillero, un asesino y que dónde había dejado el fusil. Siempre salía de clase llorando porque ellos creían que soy malo, pero no lo soy, lo que pasa es que me obligaron a tener una vida diferente.
Pasaron dos semanas y me pasé de escuela. Allá sí hice nuevos amigos y no me molestaban por haber vivido en la selva: eso me hizo muy feliz.