sufrimiento existencial que se le atribuye a esta
etapa del ciclo vital.
Los comportamientos de riesgo de los y las
adolescentes se producen y se significan en un
contexto social marcado por la noción de riesgo,
y por una sensación de vulnerabilidad donde el
riesgo es una forma de adversidad medible en el
campo de la salud, la política, la producción in-
dustrial de los alimentos, entre otros. De acuerdo
con Douglas, no todas las personas dentro de las
sociedades están igualmente situados con respec-
to al riesgo: hay quienes tienen más herramientas
para hacer cálculos de riesgo y quienes están en
una posición desfavorecida en este ámbito. Para la
autora, la valoración del riesgo es un tema cultu-
ral, es decir, no es una valoración individual, sino
que está inserta en el contexto social en que se
producen determinadas situaciones (21). Desde
la Teoría de la sociedad de riesgo las sociedades
postindustriales son evaluadas como sociedades
de riesgo, refiriéndose a riesgo como peligros que
se analizan activamente en relación a posibilida-
des futuras, es decir, que alcanza su uso extendido
en una sociedad orientada hacia el futuro y que ve
el futuro como un territorio a conquistar (22,23).
Para Giddens nuestra era no es más peligrosa ni
más arriesgada que las anteriores, pero lo que ha
cambiado es el balance de riesgos y peligros. En la
actualidad el riesgo podría llegar incluso, de acuer-
do a algunos autores, a un sentimiento global de
pertenencia al riesgo (24).
En este contexto social del riesgo, desde los
ámbitos de salud adolescente suelen predominar
políticas reactivas y reduccionistas que se ocupan
del riesgo y la trasgresión juvenil, dando paso a
la visión de la juventud como una etapa proble-
mática, con un énfasis estigmatizante sobre la po-
blación adolescente donde la causa última de las
patologías juveniles se atribuyen al propio sujeto
juvenil, por lo que las intervenciones generalmen-
te priorizan las acciones sobre los individuos más
que sobre los contextos (18).
En los últimos años las políticas públicas diri-
gidas a adolescentes están integrando cada vez
con más fuerza enfoques participativos y de de-
rechos para abordar a esta población. Esto se da
en un contexto social donde los y las adolescentes
están dejando de ser definidos desde sus incom-
pletitudes y pasando a ser considerados sujeto de
derechos (18). Estas corrientes corresponden a
paradigmas que plantean que la juventud no exis-
te como tal sino más bien lo que existe son las
juventudes, es decir, diversas expresiones y signifi-
cados que emergen desde un grupo social y que se
Obach A., et al.
expresan de las más variadas formas (15,16). Bajo
estos enfoques, para la compresión de las juventu-
des se integran las diversas dimensiones que com-
ponen la identidad de los sujetos, entre ellas, clase,
género, religión, etnia, estilos culturales y particu-
laridades de los subgrupos etarios que componen
a los y las adolescentes (15). Estas perspectivas
permiten comprender la adolescencia de manera
dinámica, alejándose de la mirada reduccionista de
la adolescencia solo en términos de transición de
la niñez a la edad adulta (25). Cabe destacar que la
visión de la adolescencia como transición se com-
plejiza aún más en los tiempos actuales, donde
los estadios de la adolescencia y juventud tienden
a prolongarse producto de las grandes transfor-
maciones relacionadas con el modelo económico
social imperante, dentro del cual la entrada al mer-
cado del trabajo lleva más tiempo que antes, lo
que produce en los y las adolescentes una depen-
dencia económica hasta etapas más avanzadas de
la vida. Junto con esto, la pubertad pareciera estar
apareciendo a edades más tempranas que en épo-
cas anteriores, habiendo una conciencia temprana
de la sexualidad, lo que se traduce en conductas y
corporalidades específicas de esta época, diferen-
ciadoras de otros tiempos (18,25).
Estas nuevas perspectivas para comprender y
significar la adolescencia surgen al alero de los
avances internacionales en materia de derechos
como lo es la Convención de los Derechos del
Niño del año 1989, a través de la cual se crean las
condiciones para establecer que NNA tienen de-
rechos a la ciudadanía (15). Además, el impacto de
la globalización ha permitido una redefinición en
la configuración de la adolescencia y la juventud.
Los medios de comunicación y los movimientos
migratorios, entre otros procesos sociales, han fa-
vorecido el diálogo entre distintas formas de ex-
presar las identidades juveniles (26), entendiendo
que el desarrollo de éstas se sitúa en contextos y
culturales particulares.
LA CONSTRUCCIÓN CULTURAL DE LA
ADOLESCENCIA
Margaret Mead, en las primeras décadas del si-
glo pasado, daba cuenta de las diferencias en la
construcción cultural de la adolescencia. La auto-
ra sostuvo que los cambios fisiológicos de la ado-
lescencia no bastan para explicar las dificultades
por las que atraviesa este grupo en el mundo oc-
cidental, sino que la facilidad o dificultad de dicha
transición debe atribuirse al marco cultural en que
los y las adolescentes se desenvuelven. Mead hacía
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