expresada en estas determinaciones de verdade-
ro o falso. Nos interesa aquí recoger algunos de
estos conceptos, experiencias y algunos idearios
que definan lo que podría ser una “verdadera de-
mocracia”. Podríamos desde ya decir al respecto
que una “verdadera democracia” no dice relación
con un régimen electoral, sino que dice relación
con los propios contenidos de su nombre: una
demo-cracia como un gobierno del pueblo o
social-participativo.
Esta pregunta por la “verdadera democracia”
es una pregunta muy vigente en estos momen-
tos, después de las campañas presidenciales que
hemos vivido, presentadas como ofertones de
programas “quien da más”, semejando ofertas de
Ripley o Falabella; ofertones vaciados de plantea-
mientos y reflexiones sobre el carácter de nuestra
sociedad y sobre posibles caminos a seguir para
profundizar nuestra democracia y construir una
sociedad más amable, justa, igualitaria y humana.
Mi hipótesis sobre este momento político-so-
cial, es que somos una sociedad que está amplia
y pasivamente incorporada a las instituciones
(asistenciales, educacionales, de salud) como “be-
neficiarios o bonificiarios”, sometidos a un alto
control social vertical, pero que somos una socie-
dad profundamente desintegrada, no sólo desde el
punto de vista social sino, especialmente, desin-
tegrada desde el punto de vista social y político:
no nos encontramos con nuestro sujeto colectivo,
con nuestra comunidad, hemos extraviado cual-
quier sentido de pertenencia, no nos sentimos
participes de nuestra historia, no sabemos cómo
se construye nuestra sociedad, no sabemos que
somos nosotros quienes realmente construimos la
historia: vivimos inmersos en esta alienación co-
lectiva que reproduce la desintegración. Cuando
no sabemos que somos el pueblo o nosotros mis-
mos colectivamente quien construye su historia
y no participamos consciente y creativamente en
ello, entonces somos presa facil para ser objetuali-
zados pasivamente para fines exclusivos de orden
institucional y/o electoral de cualquier signo.
No existe régimen de poder que no trabaje por
generar un determinado “orden de incorporación
y articulacion social” que, con sus variantes, pue-
de ser más/menos vertical-pasivo o democráti-
co-activo. A nuestro juicio, desde la dictadura y
la post-dictadura hasta ahora, los gobiernos han
trabajado y han puesto todo el énfasis en generar
un “orden” verticalmente proyectado, planificado
y dirigido, con el fin de generar un rígido control
institucional de y sobre la sociedad civil -a nom-
bre de su bienestar-, evitando la participación real,
Illanes M.
activa, creativa de un sujeto colectivo consciente
de su historia y de los desafíos de su porvenir. Al
parecer, hemos sido convertidos en objeto para
una incorporación pasiva a una “sociedad vertical-
mente dirigida” que, de este modo, se organiza
como un corporativismo institucional.
A partir de esta preocupación del presente, hace
algunos años quise realizar una investigación que
me permitiera revisar y recuperar el pensamiento
de algunos ideólogos de la participación o de la “de-
mocracia verdadera” que se explayaron teórica y
prácticamente en la década del sesenta en Chile
y SudAmérica, cuyo pensamiento me interesa ex-
poner aquí.
Sin embargo, antes de ir hacia ellos, yo quisiera
poner sobre la mesa esa gran experiencia históri-
ca, siempre vigente, de las sociedades obreras las
que, a mi juicio, son las fundadoras de la salud
social familiar y comunitaria. Ellas crean su propia
salud con estas variantes: social, familiar y comu-
nitaria, y surgen como resistencia (es importante
saber cómo surgen las cosas, para darnos cuenta
cual es la energía que portan) a un orden y siste-
ma de salud caritativo filantrópico que definimos
como una política social que se dirigía e interve-
nía los cuerpos a través de un servicio al otro en
el que éste carecía de todo “derecho”. Lo que al
respecto quisiéramos recoger es que la resisten-
cia a la carencia de derecho origina otra salud al-
ternativa que busca generar un servicio en otra
dirección: comunitario, social, familiar, popular;
generar un sistema de salud que no trabaje con
pacientes, sino con miembros de la comunidad quie-
nes están enfermos, dañados, pero que, al perte-
necer a esa membresía social, adquieren plenitud
de derechos. Estas son categorías fundamentales
que tenemos que poner sobre la mesa al conside-
rar la participación social en salud.
Es decir, el sistema de salud social comunitario fami-
liar es un sistema que históricamente emerge para
resistir a un sistema de salud que trata a sus seres
cuidados como seres inactivos, pacientes (hoy día
a veces como clientes) y que necesitan volver a
trabajar y estar sanos en el seno de su gente, no
solo como derecho abstracto, sino que como un
derecho en tanto que miembros. A menudo habla-
mos de los derechos en términos puramente lega-
les. En realidad, el ser miembro de una comuni-
dad es lo que otorga el derecho. Así, aquel grupo
de obreros y artesanos buscó trabajar para revertir
la “salud sin derecho” generando en lo inmediato
–pues no hubo una gran construcción teórica al
respecto-, lo que podría ser un sistema de salud
comunitario, generando en la práctica un nuevo
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