CRÍMENES POLACOS CONTRA LOS ALEMANES ÉTNICOS EN POLONIA CRÍMENES POLACOS CONTRA LOS ALEMANES ÉTNICOS | Page 40
disparado sobre militares polacos. Él nos defendió de una manera optimista, en
polaco, obedeciendo las instrucciones que le pude sugerir en voz baja, pues él
tenía licencia de visitarnos; finalmente logró vencer la soldadesca bruta por su
genio afable. Nos quedamos, sin embargo, estresados de pavor cuando Heinz nos
contó en voz baja que habían mandado buscar gasolina para quemarnos. Los
menores, añadió, podrían volver. Pero no encontraron gasolina. De repente
tuvimos que salir y nos dieron café y un pedacito de galleta. Estábamos a salvo,
pensaron todos, pero el tornero Doering me cuchicheo al oído: esta es la comida
del verdugo, y él tuvo razón. A las 7:30 horas vinieron corriendo con gran
alboroto. "Cada vez - tres" fue el orden que nos dieron. Fueron silenciosos los
primeros tres - un tiro, y tres hombres habían dado la vida por su patria.
Seis veces, la misma escena. Heinz tuvo el coraje de acercarse a los soldados,
pidiendo que lo junten con su hermano Horst; le pegaron el hombro derecho con
una bayonetada. "Otros tres" - conté los pasos, eran diez a doce hasta que la
muerte los sorprendió. Allí Heinz nos comunicó que el cuerpo pensaba que debía
gastar las balas, que debían apuñalar al resto. "Ahí - mi Dios" era sólo lo que aún
se oía, quien, entonces, ya no estaba mudo, iba sucumbido bajo las sordas
coronadas. Llegó nuestra hora; detrás de nosotros quedaban cinco más que no
querían salir y se agarraban a los postes. Salimos, entonces, en los tres, de la
mano, pero fuimos empujados hacia el lado izquierdo y dos hombres
corpulentos, sosteniéndonos, nos llevamos unos pasos adelante; eran los dos
ladrones, a los cuales Heinz había contado de propósito que llevábamos con
nosotros buena cantidad de objetos de valor y mucho dinero.
Entregamos todo lo que teníamos a los dos que, al repartir el despojo,
comenzaron a disputarse el uno con el otro. Aprovechamos esta oportunidad
para huir. Pasamos la noche al alcance de las ametralladoras polacas, no hubo
modo de dormir. Andamos de aquí para allá, sin hallar una salida; ya era el lunes,
la noche. La herida de Heinz, la había atado con una tira de mi camisa. Estábamos
vestidos, sólo, de camisa; los zapatos, ya los habíamos perdido en la marcha, aún
en Bromberg. En la noche del miércoles, nuestra situación quedó siendo crítica,
por un lado, vimos gran número de soldados, nos topamos con dos
destacamentos de infantería, fuimos rodeando los obstáculos. "Es preferible
morirnos", dijo Horst. Estábamos con las lenguas hinchadas y todas blancas, los
labios gruesos e incrustados. Nos vino la salvación: chupamos el rocío que
encontramos en una conífera bajita y comimos una rana. "Más sabroso que el
vino", dijo Heinz, y logramos reanimar el Horst que ya había desesperado de la
vida. La noche para el jueves fue seca; comenzamos a sentir un hambre mortal.
"Todavía guardé un pedazo de pan", dijo Heinz de repente, "vamos a empezar