CRÍMENES POLACOS CONTRA LOS ALEMANES ÉTNICOS EN POLONIA CRÍMENES POLACOS CONTRA LOS ALEMANES ÉTNICOS | Page 194
Mientras yo estaba pensando en lo que había de suceder, una mujer polaca que
estaba a mi lado, me dio con una pedrada un golpe tan fuerte en el lado izquierdo
de la cabeza que, por el momento, perdí los sentidos. Cuando recuperé los
sentidos, yacía en un charco de sangre. Vi a los soldados despojar a mis
compañeros, sacándoles el dinero y los relojes. Luego nos mandaron levantar y
nos condujeron, en filas de dos, a un pequeño bosque que había a poca distancia.
Nuestra escolta se componía de unos 40 soldados armados de fusiles.
Seríamos todos fusilados. Un joven oficial polaco comandaba la escolta. En el
camino hacia el bosque que se hallaba a unos 1,5 km de distancia, recordé, de
repente, que traía en la cartera copias de cartas de reconocimiento, escritas una
de las alabanzas al elogiar mi colaboración en el congreso municipal de Posen,
otra del comisario distrital que apoyó detalladamente esa carta de
reconocimiento. Por tanto, tomé de la cartera las dos cartas de reconocimiento,
y me metí en un sobre, con el fin de entregarlas oportunamente al oficial polaco.
En ese instante, corrió hacia mi lado un alférez polaco, arrancándome el sobre.
Le dije a él que venía al encuentro de mi deseo, pues, fuera mi intención entregar
las dos cartas al oficial polaco.
El alférez, después de leer las cartas en el camino hasta el bosque, las entregó al
oficial cuando llegamos. Entonces, los dos conversaron detrás de unos aleros.
Poco después me llamaron, preguntándome el oficial polaco como yo había
conseguido aquellos documentos, que entonces, yo era polaco y hombre de bien.
Respondí afirmando la pregunta, con el fin de salvar la situación. Después me
preguntó si podía comprender las medidas que iba a tomar al respecto, concluye
que seríamos fusilados.
Por eso, respondí: "Aquellos hombres son tan inocentes como yo, y si los matan,
también pueden matarme". Como quedó sorprendido por mi respuesta y
habiendo reconsiderado su decisión de fusilarlos, me pareció que, poco a poco,
conseguía salvar la situación en nuestro favor.
En este momento, sin embargo, volvió el alférez que, después de mandar
arrodillar a los presos y reavisarles la ropa, trajo cuatro tarjetas de socios del
partido joven-alemán que había encontrado en las manos de cuatro compañeros
que acabo de mencionar, al final de nuestro grupo.
Poco antes de la propiedad, colocaron a los cuatro compañeros junto al muro del
parque, con el rostro volcado al muro, matándolos con una descarga simultánea
de 20 soldados, disparada desde una distancia de tres a cuatro pasos. En la