CRÍMENES POLACOS CONTRA LOS ALEMANES ÉTNICOS EN POLONIA CRÍMENES POLACOS CONTRA LOS ALEMANES ÉTNICOS | Page 188
vagones, sin poder renovar el aire, de manera que un hombre, de nombre Kiok,
invalido de la guerra y el dueño de una comunidad vecina, empezaron a
enloquecer y hablar confusamente. En la mañana del lunes, el tren de carga se
puso en movimiento hacia Thorn.
Durante el viaje y aún en Thorn sufrimos ataques de bombas sobre la línea férrea
y la estación de Thorn. Fue, probablemente, debido a las consecuencias de una
bomba, que nuestro tren se quedó parado, horas y horas, en la línea, hasta que
el tramo fuera reparado.
Como habían cerrado el vagón a los presos ya no se podía respirar - y como toda
vez que se daba un ataque de aviadores, los hombres de la escolta buscaban
refugio en los campos o en el bosque - grité cuando lo paró el tren y a pesar de
amenazado por la bayoneta calada del primer sargento de la policía estatal,
consegui licencia para salir del vagon en búsqueda de dos baldes de agua.
De Thorn el viaje hacia Wloclawek, fuimos varias veces, y también por
ferroviarios polacos, locamente injuriados, además de bombardear con botellas
y otros objetos. Los malos tratos no tenían fin. Kiok enloquecido, de quien hablé
hace poco, fue maltratado a un garrotede goma por un policía polaco. En nuestro
vagón se rompió una botella, lo que deprimió bastante a los que estaban con él.
En Wloclawek tuvimos que desembarcar y marchar en diversas direcciones por
la ciudad, aparentemente sin un lugar determinado; a mi parecer, pero la marcha
mas demorada fue a través de la ciudad, fue intencional. Nos arrojaron piedras y
nos dieron porrazos, etc. Yo, por ejemplo, recibí dos golpes en el rostro, dados
con una corona de un revolver. Un golpe me rompió el hueso nasal, como
constató el médico.
Finalmente condujeron a nuestro grupo a un ingenio de azúcar, punto de unión
de todos los grupos de internados. Nos quedamos. Allí, dos noches y un día, en
el patio, en las salas del ingenio. El número de internados alcanzó, entretanto, a
7.000, entre hombres mujeres y menores. El jueves 7 de septiembre de 1939,
reanudamos las marchas forzadas hacia Kutno y Lowitsch. Marchamos, casi
ininterrumpidamente alrededor de 26 horas, más allá de Kutno, donde nos
concedieron un descanso largo en un prado, de unas seis horas.
En esa marcha fui testigo de cómo compañeros, exhaustos por la fatiga, se
quedaron al borde de la carretera, siendo, por orden de un primer sargento de la
policía, muertos como “perros sarnosos”. Se dieron, hasta la hora de nuestra