CRÍMENES POLACOS CONTRA LOS ALEMANES ÉTNICOS EN POLONIA CRÍMENES POLACOS CONTRA LOS ALEMANES ÉTNICOS | Page 110

52. Fusilados, uno tras otro. "Cuando tocó mi turno, ya habían fusilado 16" El testigo Erwin Boy, sastre en Ostburg, depuso bajo juramento: En la encrucijada de Dabrowa, nos mandaron a que nos tirásemos en el suelo, quedando con la cabeza en el talud de la carretera y con los pies en el campo. Luego nos sacaron los anillos; a mí me sacaron, también el anillo de bodas y otro anillo. Hecho esto, nos llamaron, uno por uno, por el nombre, comenzando al mismo tiempo por los dos extremos de la fila acostada. Quien era llamado, tenía que levantarse e ir hasta el campo. Un soldado iba detrás de él, dando dos tiros. Cuando tocó mi turno, ya habían fusilado 16. Al ser llamado, fui corriendo en zigzag hacia el campo, alcanzando el primer tiro en el lado derecho, pero la herida no era grave, la bala había rozado simplemente el musculo. Después me tiré al suelo. De una distancia de 4 metros, el soldado que iba detrás de mí, me dio otro tiro, que me hirió en el hombro derecho, rasgándome el brazo derecho. No me moví, aunque yo estaba en posesión de todos los sentidos. Oí luego fusilar a mis otros compañeros. Terminado el tiroteo, los soldados gritaron: "Aquí están los Hitlers, todo el partido joven-alemán", y los solados y los civiles presentes se golpearon las palmas. Después oí el comando: "Abrir cuevas!" A mi lado izquierdo cavaron un hoyo para mí. Vi dos muchachos abrir mi hoyo. Cuando me iban a meter en la cueva -ya era a la hora entre la tarde y noche, y la carretera apenas se veía, me levanté y le pedí al civil que me miró de ojos sueltos, que me perdoné la vida, añadiendo que yo tenía mujer e hijos y que era un pobre sastre. En vez de contestarme o decir cualquier cosa, sacó del bolsillo un revolver desencadenando un tiro, que erró el blanco. Lo ataqué, dándole un golpe en la región del estómago, echandome a huir. Él gritó detrás de mí "Wojska", a los soldados. Me puse a descansar en una fosa cubierta de espuinos, entre Luisenfeld y Stanimin, y después a la casa de una propietaria alemana, en Stanimin-Sbbau, de nombre Klatt, la cual me dio de beber, quedando, sin embargo, con temor de alojarme, porque vinieron un niño contando que en Stanomin estaban asesinados los alemanes. Ella me aconsejó que me ocultara en un bosque cercano, entregándome un chaquetón y un pan. Me fui, pues, en dirección al bosque: Oyendo tiros que