Paramos un momento en Mazocahui para tomarle foto a una
pipa estacionada, pensando, ilusos, que se trataba de un importante hallazgo. Aprovechamos para conversar brevemente con la
única persona que estaba a la vista: un vendedor de chiltepines (una
variedad local de chile) y miel de abeja, que estaba detrás de una
mesita, del otro lado de la carretera. “Todo se va arreglar. Grupo
México ya está pagando”, dijo el hombre alzando su frasco repleto
de bolitas coloradas.
Algunos kilómetros más adelante, las pipas de agua comenzaron a aparecer, una tras otra tras otra. Nos detuvimos en el centro
de Baviácora, junto a la plaza. De aquí es Luz Mercedes Apodaca,
la mujer con quemaduras en el rostro (consecuencia del contacto
con el agua contaminada) que ha aparecido en los diarios nacionales. En pueblos como éstos, donde nos dijeron que la gente se
guarda en sus casas a esta hora del día, el Centro Comunitario
de Aprendizaje lucía como un hormiguero. Ahí encontramos a
Francisca Robles, de 48 años, coordinando la repartición de garrafones de agua para todo el municipio. Desde que Conagua ordenó
la veda de pozos, la mujer trabaja de lunes a domingo, de cinco a
cinco. Grupo México le paga un sueldo.
En la frontera de los municipios de Huépac y Banámichi nos
detuvimos a conversar con un grupo de choferes de pipas de Grupo México y de la Comisión Estatal del Agua. “Una gran afectación”, dijo uno de ellos, que disfrutaba de la sombra de un árbol.
“No hay trabajo”. Protegido con una gorra beisbolera, José Raúl
Montaño, trabajaba sentado en un mesabanco. Llevaba un minucioso registro de las pipas, sus destinos y sus cantidades. El Ayuntamiento de Huépac le da 250 pesos a cambio de 12 horas de trabajo.
Cuando arribamos al vado donde el Bacanuchi desemboca en
el Sonora, algunos minutos más tarde, dos vacas cruzaban el río.
Hortensia Calderón vive con su esposo Martín Peña en La
Mora de Banámichi. Ella nació en Sinaloa, pero ya va para 30 años
en estos rumbos. Una de las virtudes que le reconoce su esposo es
su buena memoria.
Martín, quien funge como presidente de la unidad de riego y
de la Sociedad de Productores de Nuez de Banámichi, se sienta,
frente a una cerveza, en el comedor de su casa. Cuando se le pregunta que cuándo se enteró del derrame de tóxicos, voltea a ver a
su esposa. Ella responde segura: el viernes 8 de agosto, es decir, dos
días después de iniciado, según la versión oficial.
Ese día, como a las 11, Martín recibió una llamada telefónica
a su celular. Era su hermano, que vive en Bacanuchi, para informarle que se había venido abajo un represo de la mina de Cananea. Martín colgó y se fue al ayuntamiento para ver si tenían más
información. No estaba el presidente, pero sí el secretario, a quien
encontró en estado de pánico: “¿Qué hacemos?”, le preguntó el
secretario. Según los cálculos que hicieron, en unas cinco horas la
crecida con los tóxicos pasaría por ahí.