Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
-Es una mujer única. En su casa siempre puede uno procurarse
dinero. Es rica como un judío y podría prestar cinco mil rublos de
una vez. Sin embargo, no desprecia las operaciones de un rublo.
Casi todos los estudiantes tenemos tratos con ella. Pero ¡qué
miserable es!
Y empezó a darle detalles de su maldad. Bastaba que uno dejara
pasar un día después del vencimiento, para que se quedara con el
objeto empeñado.
-Da por la prenda la cuarta parte de su valor y cobra el cinco y
hasta el seis por ciento de interés mensual.
El estudiante, que estaba hablador, dijo también que la usurera
tenía una hermana, Lisbeth, y que la menuda y horrible vieja la
vapuleaba sin ningún miramiento, a pesar de que Lisbeth medía
aproximadamente un metro ochenta de altura.
-¡Una mujer fenomenal! -exclamó el estudiante, echándose a
reír.
Desde este momento, el tema de la charla fue Lisbeth. El
estudiante hablaba de ella con un placer especial y sin dejar de
reír. El oficial, que le escuchaba atentamente, le rogó que le
enviara a Lisbeth para comprarle alguna ropa interior que
necesitaba.
Raskolnikof no perdió una sola palabra de la conversación y se
enteró de ciertas cosas: Lisbeth era medio hermana de Alena
(tuvieron madres diferentes) y mucho más joven que ella, pues
tenía treinta y cinco años. La vieja la hacía trabajar noche y día.
Además de que guisaba y lavaba la ropa para su hermana y ella,
cosía y fregaba suelos fuera de casa, y todo lo que ganaba se lo
entregaba a Alena. No se atrevía a aceptar ningún encargo,
ningún trabajo, sin la autorización de la vieja. Sin embargo, Alena
-Lisbeth lo sabía- había hecho ya testamento y, según él, su
hermana sólo heredaba los muebles. Dinero, ni un céntimo: lo
legaba todo a un monasterio del distrito de N. para pagar una
serie perpetua de oraciones por el descanso de su alma.
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