Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
gradualmente un horror que le produjo escalofríos. Se había
enterado, de súbito y del modo más inesperado, de que al día
siguiente, exactamente a las siete, Lisbeth, la hermana de la
vieja, la única persona que la acompañaba, habría salido y, por lo
tanto, que a las siete del día siguiente la vieja ¡estaría sola en la
casa!
Raskolnikof estaba cerca de la suya. Entró en ella como un
condenado a muerte. No intentó razonar. Además, no habría
podido.
Sin embargo, sintió súbitamente y con todo su ser, que su libre
albedrío y su voluntad ya no existían, que todo acababa de
decidirse irrevocablemente.
Aunque hubiera esperado durante años enteros una ocasión
favorable, aunque hubiera intentado provocarla, no habría podido
hallar una mejor y que ofreciese más probabilidades de éxito que
la que tan inesperadamente acababa de venírsele a las manos.
Y aún era menos indudable que el día anterior no le habría sido
fácil averiguar, sin hacer preguntas sospechosas y arriesgadas,
que al día siguiente, a una hora determinada, la vieja contra la
que planeaba un atentado estaría completamente sola en su casa.
VI
Raskolnikof se enteró algún tiempo después, por pura
casualidad, de por qué el matrimonio de comerciantes había
invitado a Lisbeth a ir a su casa. El asunto no podía ser más
sencillo e inocente. Una familia extranjera venida a menos quería
vender varios vestidos. Como esto no podía hacerse con provecho
en el mercado, buscaban una vendedora a domicilio. Lisbeth se
dedicaba a este trabajo y tenía una clientela numerosa, pues
procedía con la mayor honradez: ponía siempre el precio más
limitado, de modo que con ella no había lugar a regateos. Hablaba
poco y, como ya hemos dicho, era humilde y tímida.
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