Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
-¡Sube! ¡Subid! -grita Mikolka-. ¡Nos llevará a todos! Yo le
obligaré a fuerza de golpes... ¡Latigazos! ¡Buenos latigazos!
La rabia le ciega hasta el punto de que ya ni siquiera sabe con
qué pegarle para hacerle más daño.
-Papá, papaíto -exclama Rodia-. ¿Por qué hacen eso? ¿Por qué
martirizan a ese pobre caballito?
-Vámonos,
vámonos
-responde el padre-. Están borrachos... Así se divierten, los muy
imbéciles... Vámonos..., no mires...
E intenta llevárselo. Pero el niño se desprende de su mano y,
fuera de si, corre hacia la carreta. El pobre animal está ya
exhausto. Se detiene, jadeante; luego empieza a tirar
nuevamente... Está a punto de caer.
-¡Pegadle hasta matarlo! -ruge Mikolka-. ¡Eso es lo que hay que
hacer! ¡Yo os ayudo!
-¡Tú no eres cristiano: eres un demonio! -grita un viejo entre la
multitud.
Y otra voz añade:
-¿Dónde se ha visto enganchar a un animalito así a una carreta
como ésa?
-¡Lo vas a matar! -vocifera un tercero.
-¡Id al diablo! El animal es mío y puedo hacer con él lo que me
dé la gana. ¡Subid, subid todos! ¡He de hacerlo galopar!
De súbito, un coro de carcajadas ahoga la voz de Mikolka. El
animal, aunque medio muerto por la lluvia de golpes, ha perdido
la paciencia y ha empezado a cocear. Hasta el viejo, sin poder
contenerse, participa de la alegría general. En verdad, la cosa no
es para menos: ¡dar coces un caballo que apenas se sostiene
sobre sus patas...!
Dos mozos se destacan de la masa de espectadores, empuñan
cada uno un látigo y empiezan a golpear al pobre animal, uno por
la derecha y otro por la izquierda.
StudioCreativo ¡Puro Arte!
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