CRIMEN Y CASTIGO - FIÓDOR DOSTOYEVSKI | Page 69

Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski clase de gente del pueblo. Todos están ebrios; todos cantan. Ante la puerta hay un raro vehículo, una de esas enormes carretas de las que suelen tirar robustos caballos y que se utilizan para el transporte de barriles de vino y toda clase de mercancías. Raskolnikof se deleitaba contemplando estas hermosas bestias de largas crines y recias patas, que, con paso mesurado y natural y sin fatiga alguna arrastraban verdaderas montañas de carga. Incluso se diría que andaban más fácilmente enganchados a estos enormes vehículos que libres. Pero ahora -cosa extraña- la pesada carreta tiene entre sus varas un caballejo de una delgadez lastimosa, uno de esos rocines de aldeano que él ha visto muchas veces arrastrando grandes carretadas de madera o de heno y que los mujiks desloman a golpes, llegando a pegarles incluso en la boca y en los ojos cuando los pobres animales se esfuerzan en vano por sacar al vehículo de un atolladero. Este espectáculo llenaba de lágrimas sus ojos cuando era niño y lo presenciaba desde la ventana de su casa, de la que su madre se apresuraba a retirarlo. De pronto se oye gran algazara en la taberna, de donde se ve salir, entre cantos y gritos, un grupo de corpulentos mujiks embriagados, luciendo camisas rojas y azules, con la balalaika en la mano y la casaca colgada descuidadamente en el hombro. -¡Subid, subid todos! -grita un hombre todavía joven, de grueso cuello, cara mofletuda y tez de un rojo de zanahoria-. Os llevaré a todos. ¡Subid! Estas palabras provocan exclamaciones y risas. -¿Creéis que podrá con nosotros ese esmirriado rocín? -¿Has perdido la cabeza, Mikolka? ¡Enganchar una bestezuela así a semejante carreta! -¿No os parece, amigos, que ese caballejo tiene lo menos veinte años? -¡Subid! ¡Os llevaré a todos! -vuelve a gritar Mikolka. StudioCreativo ¡Puro Arte! Página 68