Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
volvió a recordarlo hasta que, al pasar poco después ante una
tienda de comestibles, un tabernucho más bien, notó que estaba
hambriento.
Entró en el figón, se bebió una copa de vodka y dio algunos
bocados a un pastel que se llevó para darle fin mientras
continuaba su paseo. Hacía mucho tiempo que no había probado
el vodka, y la copita que se acababa de tomar le produjo un efecto
fulminante. Las piernas le pesaban y el sueño le rendía. Se
propuso volver a casa, pero, al llegar a la isla Petrovski, hubo de
detenerse: estaba completamente agotado.
Salió, pues, del camino, se internó en los sotos, se dejó caer en
la hierba y se quedó dormido en el acto.
Los sueños de un hombre enfermo suelen tener una nitidez
extraordinaria y se asemejan a la realidad hasta confundirse con
ella. Los sucesos que se desarrollan son a veces monstruosos,
pero el escenario y toda la trama son tan verosímiles y están
llenos de detalles tan imprevistos, tan ingeniosos, tan logrados,
que el durmiente no podría imaginar nada semejante estando
despierto, aunque fuera un artista de la talla de Pushkin o
Turgueniev. Estos sueños no se olvidan con facilidad, sino que
dejan una impresión profunda en el desbaratado organismo y el
excitado sistema nervioso del enfermo.
Raskolnikof tuvo un sueño horrible. Volvió a verse en el pueblo
donde vivió con su familia cuando era niño. Tiene siete años y
pasea con su padre por los alrededores de la pequeña población,
ya en pleno campo. Está nublado, el calor es bochornoso, el
paisaje es exactamente igual al que él conserva en la memoria. Es
más, su sueño le muestra detalles que ya había olvidado. El
panorama del pueblo se ofrece enteramente a la vista. Ni un solo
árbol, ni siquiera un sauce blanco en los contornos. Únicamente a
lo lejos, en el horizonte, en los confines del cielo, por decirlo así,
se ve la mancha oscura de un bosque.
StudioCreativo ¡Puro Arte!
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Comentario [L16]: Esta isla debe su
nombre a Pedro el Grande, que construyó
un parque en ella.
Comentario [L17]: El sueño de
Roskolnikof se entremezcla con los
recuerdos de las vacaciones que
Dostoiewski pasó con sus padres, cuando
era niño, a 150 kilómetros de Moscú.