Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
le importaban todas estas miserias, todas estas torturas! Por el
contrario, se sentía satisfecho de trabajar: la fatiga física le
proporcionaba, al menos, varias horas de sueño tranquilo. ¿Y qué
podía importarle la comida, aquella sopa de coles donde nadaban
las cucarachas? Cosas peores había conocido en sus tiempos de
estudiante. Llevaba ropas de abrigo adaptadas a su género de
vida. En cuanto a los grilletes, ni siquiera notaba su peso.
Quedaba la humillación de llevar la cabeza rapada y el uniforme
de presidiario. Pero ¿ante quién podía sonrojarse? ¿Ante Sonia?
Sonia le temía. Además, ¿qué vergüenza podía sentir ante ella?
Sin embargo, enrojecía al verla y, para vengarse, la trataba
grosera y despectivamente.
Pero su vergüenza no la provocaban los grilletes ni la cabeza
rapada. Le habían herido cruelmente en su orgullo, y era el dolor
de esta herida lo que le atormentaba. ¡Qué feliz habría sido si
hubiese podido hacerse a sf mismo alguna acusación! ¡Qué fácil le
habría sido entonces soportar incluso el deshonor y la vergüenza!
Pero, por más que quería mostrarse severo consigo mismo, su
endurecida conciencia no hallaba ninguna falta grave en su
pasado. Lo único que se reprochaba era haber fracasado, cosa que
podía ocurrir a todo el mundo. Se sentía humillado al decirse que
él, Raskolnikof, estaba perdido para siempre por una ciega
disposición del destino y que tenía que resignarse, que someterse
al absurdo de este juicio sin apelación si quería recobrar un poco
de calma. Una inquietud sin finalidad en el presente y un sacrificio
continuo y estéril en el porvenir: he aquí todo lo que le quedaba
sobre la tierra. Vano consuelo para él poder decirse que,
transcurridos ocho años, sólo tendria treinta y dos y podría
empezar una nueva vida. ¿Para qué vivir? ¿Qué provecho tenía?
¿Hacia dónde dirigir sus esfuerzos? Bien que se viviera por una
idea, por una esperanza, incluso por un capricho, pero vivir
simplemente no le había satisfecho jamás: siempre habla querido
algo más. Tal vez la violencia de sus deseos le había hecho creer
StudioCreativo ¡Puro Arte!
Página 656