Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
Dos meses después, Dunetchka y Rasumikhine se casaron. Fue
una ceremonia triste y silenciosa. Entre los invitados figuraban
Porfirio Petrovitch y Zamiotof.
Desde hacía algún tiempo, Rasumikhine daba muestras de una
resolución inquebrantable. Dunia tenía fe ciega en él y creía en la
realización de sus proyectos. En verdad, habría sido difícil no
confiar en aquel joven que poseía una voluntad de hierro. Había
vuelto a la universidad a fin de terminar sus estudios y los
esposos no cesaban de forjar planes para el porvenir. Tenían la
firme intención de emigrar a Siberia al cabo de cinco años a lo
sumo. Entre tanto, contaban con Sonia para sustituirlos.
Pulqueria Alejandrovna bendijo de todo corazón el enlace de su
hija con Rasumikhine, pero después de la boda aumentaron su
tristeza y ensimismamiento. Para procurarle un rato agradable,
Rasumikhine le explicó la generosa conducta de Rodia con el
estudiante enfermo y su anciano padre, y también que había
sufrido graves quemaduras por salvar a dos niños de un incendio.
Estos dos relatos exaltaron en grado sumo el ya trastornado
espíritu de Pulqueria Alejandrovna. Desde entonces no cesó de
hablar de aquellos nobles actos. Incluso en la calle los refería a los
transeúntes, en las tiendas, allí donde encontraba un auditor
paciente empezaba a hablar de su hijo, del artículo que había
publicado, de su piadosa conducta con el estudiaritg, del espíritu
de sacrificio que había demostrado en un incendio, de las
quemaduras que había recibido, etc.
Dunetchka no sabía cómo hacerla callar. Aparte el peligro que
encerraba esta exaltación morbosa, podía darse el caso de que
alguien, al oír el nombre de Raskolnikof, se acordara del proceso y
empezase a hablar de él.
Pulqueria Alejandrovna se procuró la dirección de los dos niños
salvados por su hijo y se empeñó en ir a verlos. Al fin su agitación
llegó al límite. A veces prorrumpía de pronto en llanto, la
acometían con frecuencia accesos de fiebre y entonces empezaba
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