Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
No hace mucho -pensó- me propuse, en efecto, ir a pedir a
Rasumikhine que me proporcionara trabajo (lecciones a otra cosa
cualquiera); pero ahora ¿qué puede hacer por mí? Admitamos que
me encuentre algunas lecciones e incluso que se reparta conmigo
sus últimos kopeks, si tiene alguno, de modo que yo no pueda
comprarme unas botas y adecentar mi traje, pues no voy a
presentarme así a dar lecciones. Pero ¿qué haré después con unos
cuantos kopeks? ¿Es esto acaso lo que yo necesito ahora? ¡Es
sencillamente ridículo que vaya a casa de Rasumikhine!»
La cuestión de averiguar por qué se dirigía a casa de
Rasumikhine le atormentaba más de lo que se confesaba a sí
mismo. Buscaba afanosamente un sentido siniestro a aquel acto
aparentemente tan anodino.
«¿Se puede admitir que me haya figurado que podría arreglarlo
todo con la exclusiva ayuda de Rasumikhine, que en él podía
hallar la solución de todos mis graves problemas?», se preguntó
sorprendido.
Reflexionaba, se frotaba la frente. Y he aquí que de pronto -cosa
inexplicable-, después de estar torturándose la mente durante
largo rato, una idea extraordinaria surgió en su cerebro.
«Iré a casa de Rasumikhine -se dijo entonces con toda calma,
como el que ha tomado una resolución irrevocable-; iré a casa de
Rasumikhine, cierto, pero no ahora...; iré a su casa al día
siguiente del hecho, cuando todo haya terminado y todo haya
cambiado para mí.»
Repentinamente, Raskolnikof volvió en sí.
«Después del hecho -se dijo con un sobresalto-. Pero este hecho
¿se llevará a cabo, se realizará verdaderamente?»
Se levantó del banco y echó a andar con paso rápido. Casi corría,
con la intención de volver a su casa. Pero al pensar en su
habitación experimentó una impresión desagradable. Era en su
habitación, en aquel miserable tabuco, donde había madurado la
StudioCreativo ¡Puro Arte!
Página 64