Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
última vez. Y él, cuando llegó a la esquina, se volvió también. Sus
miradas se cruzaron, y Raskolnikof, al ver los ojos de su hermana
fijos en él, hizo un ademán de impaciencia, incluso de cólera,
invitándola a continuar su camino.
« Soy duro, soy malo; no me cabe duda -se dijo avergonzado de
su brusco ademán-; pero ¿por qué me quieren tanto si no lo
merezco? ¡Ah, si yo hubiera estado solo, sin ningún afecto y sin
sentirlo por nadie! Entonces todo habría sido distinto. Me gustaría
saber si en quince o veinte años me convertiré en un hombre tan
humilde y resignado que venga a lloriquear ante toda esa gente
que me llama canalla. Sí, así me consideran; por eso quieren
enviarme a presidio; no desean otra cosa... Miradlos llenando las
calles en interminables oleadas. Todos, desde el primero hasta el
último, son unos miserables, unos canallas de nacimiento y, sobre
todo, unos idiotas. Si alguien intentara librarme del presidio,
sentirían una indignación rayana en la ferocidad. ¡Cómo los odio!
»
Cayó en un profundo ensimismamiento. Se preguntó si llegaría
realmente un día en que se sometería ante todos y aceptaría su
propia suerte sin razonar, con una resignación y una humildad
sinceras.
«¿Por qué no? -se dijo- Un yugo de veinte años ha de terminar
por destrozar a un hombre. La gota de agua horada la piedra. ¿Y
para qué vivir, para qué quiero yo la vida, sabiendo que las cosas
han de ocurrir de este modo? ¿Por qué voy a entregarme cuando
estoy convencido de que todo ha de pasar así y no puedo esperar
otra cosa?»
Más de cien veces se había hecho esta pregunta desde el día
anterior. Sin embargo, continuaba su camino.
VIII
Caía la tarde cuando llegó a casa de Sonia Simonovna. La joven
le había estado esperand