Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
Después lo habría reparado todo con buenas acciones de gran
alcance. Pero fracasé desde el primer momento, y por eso me
consideran un miserable. Si hubiese triunfado, me habrían tejido
coronas; en cambio, ahora creen que sólo sirvo para que me
echen a los perros.
-Pero ¿qué dices, Rodia?
-Me someto a la ética, pero no comprendo en modo alguno por
qué es más glorioso bombardear una ciudad sitiada que asesinar a
alguien a hachazos. El respeto a la ética es el primer signo de
impotencia. Jamás he estado tan convencido de ello como ahora.
No puedo comprender, y cada vez lo comprendo menos, cuál es
mi crimen.
Su rostro, ajado y pálido, había tomado color, pero, al pronunciar
estas últimas palabras, su mirada se cruzó casualmente con la de
su hermana y leyó en ella un sufrimiento tan espantoso, que su
exaltación se desvaneció en un instante. No pudo menos de
decirse que había hecho desgraciadas a aquellas dos pobres
mujeres, pues no cabía duda de que él era el causante de sus
sufrimientos.
-Querida Dunia, si soy culpable, perdóname..., aunque esto es
imposible si soy verdaderamente un criminal... Adiós; no
discutamos más. Tengo que marcharme en seguida. Te ruego que
no me sigas. Tengo que pasar todavía por casa de ... Ve a hacer
compañía a nuestra madre, te lo suplico. Es el último ruego que te
hago. No la dejes sola. La he dejado hundida en una angustia a la
que difícilmente se podrá sobreponer. Se morirá o perderá la
razón. No te muevas de su lado. Rasumikhine no os abandonará.
He hablado con él. No te aflijas. Me esforzaré por ser valeroso y
honrado durante toda mi vida, aunque sea un asesino. Es posible
que oigas hablar de mí todavía. Ya verás como no tendréis que
avergonzaros de mí. Todavía intentaré algo. Y ahora, adiós.
StudioCreativo ¡Puro Arte!
Página 630