Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
me habla de ti. Te aprecia de veras. En cuanto a tu hermana, no
puedo decir que me falten sus cuidados. No me quejo. Ella tiene
su carácter y yo el mío. A ella le gusta tener secretos para mí y yo
no quiero tenerlos para mis hijos. Claro que estoy convencida de
que Dunetchka es demasiado inteligente para... Por lo demás, nos
quiere... Pero no sé cómo terminará todo esto. Ya ves que está
ausente durante esta visita tuya que me ha hecho tan feliz.
Cuando vuelva le diré: «Tu hermano ha venido cuando tú no
estabas en casa. ¿Dónde has estado?» Tú, Rodia, no te preocupes
demasiado por mí. Cuando puedas, pasa a verme, pero si te es
imposible venir, no te inquietes. Tendré paciencia, pues ya sé que
sigues queriéndome, y esto me basta. Leeré tus obras y oiré
hablar de ti a todo el mundo. De vez en cuando vendrás a verme.
¿Qué más puedo desear? Hoy, por ejemplo, has venido a consolar
a tu madre...
Y Pulqueria Alejandrovna se echó de pronto a llorar.
-¡Otra vez las lágrimas! No me hagas caso, Rodia: estoy loca.
Se levantó precipitadamente y exclamó:
-¡Dios mío! Tenemos café y no te he dado. ¡Lo que es el egoísmo
de las viejas! Un momento, un momento...
-No, mamá, no me des café. Me voy en seguida. Escúchame, te
ruego que me escuches.
Pulqueria Alejandrovna se acercó tímidamente a su hijo. -Mamá,
ocurra lo que ocurra y oigas decir de mí lo que oigas, ¿me
seguirás queriendo como me quieres ahora? -preguntó Rodia,
llevado de su emoción y sin medir el alcance de sus palabras.
-Pero, Rodia, ¿qué te pasa? ¿Por qué me haces esas preguntas?
¿Quién se atreverá a decirme nada contra ti? Si alguien lo hiciera,
me negaría a escucharle y le volvería la espalda.
-He venido a decirte que te he querido siempre y que soy feliz al
pensar que no estás sola ni siquiera cuando Dunia se ausenta. Por
desgraciada que seas, piensa que tu hijo te quiere más que a sí
mismo y que todo lo que hayas podido pensar sobre mi crueldad y
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