Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
En tu artículo hay muchas cosas que no comprendo, pero esto no
tiene nada de extraño, pues ya sabes lo ignorante que soy.
-Enséñame ese artículo, mamá.
Raskolnikof abrió la revista y echó una mirada a su artículo. A
pesar de su situación y de su estado de ánimo, experimentó el
profundo placer que siente todo autor al ver su primer trabajo
impreso, y sobre todo si el escritor es un joven de veintitrés años.
Pero esta sensación sólo duró un momento. Después de haber
leído varias líneas, Rodia frunció las cejas y sintió como si una
garra le estrujara el corazón. La lectura de aquellas líneas le
recordó todas las luchas que se habían librado en su alma durante
los últimos meses. Arrojó la revista sobre la mesa con un gesto de
viva repulsión.
-Por estúpida que sea, Rodia, puedo comprender que dentro de
poco ocuparás uno de los primeros puestos, si no el primero de
todos, en el mundo de la ciencia. ¡Y pensar que creían que
estabas loco! ¡Ja, ja, ja! Pues esto es lo que sospechaban. ¡Ah,
miserables gusanos! No alcanzan a comprender lo que es la
inteligencia. Hasta Dunetchka, sí, hasta la misma Dunetchka
parecía creerlo. ¿Qué me dices a esto...? Tu pobre padre había
enviado dos trabajos a una revista, primero unos versos, que
tengo guardados y algún día te enseñaré, y después una novela
corta que copié yo misma. ¡Cómo imploramos al cielo que los
aceptaran! Pero no, los rechazaron. Hace unos días, Rodia, me