Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
Tenía un aspecto lamentable: sus ropas estaban empapadas,
sucias de barro, llenas de desgarrones. Tenía el rostro desfigurado
por la lucha que se estaba librando en su interior desde hacía
veinticuatro horas. Había pasado la noche a solas consigo mismo
Dios sabía dónde. Pero había tomado una decisión y la cumpliría.
Llamó a la puerta. Le abrió su madre, pues Dunetchka había
salido. Tampoco estaba en casa la sirvienta. En el primer
momento, Pulqueria Alejandrovna enmudeció de alegría. Después
le cogió de la mano y le hizo entrar.
-¡Al fin! -exclamó con voz alterada por la emoción-. Perdóname,
Rodia, que lo reciba derramando lágrimas como una tonta. No
creas que lloro: estas lágrimas son de alegría. Te aseguro que no
estoy triste, sino muy contenta, y cuando lo estoy no puedo evitar
que los ojos se me llenen de lágrimas. Desde la muerte de yu
padre, las derramo por cualquier cosa... Siéntate, hijo: estás
fatigado. ¡Oh, cómo vas!
-Es que ayer me mojé -dijo Raskolnikof.
-¡Bueno, nada de explicaciones! -replicó al punto Pulqueria
Alejandrovna-. No te inquietes, que no te voy a abrumar con mil
preguntas de mujer curiosa. Ahora ya lo comprendo todo, pues
estoy iniciada en las costumbres de Petersburgo y ya veo que la
gente de aquí es más inteligente que la de nuestro pueblo. Me he
convencido de que soy incapaz de seguirte en tus ideas y de que
no tengo ningún derecho a pedirte cuentas... Sabe Dios los
proyectos que tienes y los pensamientos que ocupan tu
imaginación... Por lo tanto, no quiero molestarte con mis
preguntas. ¿Qué te parece...? ¡Ah, qué ridícula soy! No hago más
que hablar y hablar como una imbécil... Oye, Rodia: voy a leer por
tercera vez aquel artículo que publicaste en una revista. Nos lo
trajo Dmitri Prokofitch. Ha sido para mí una revelación. «Ahí
tienes, estúpida, lo que piensa, y eso lo explica todo -me dije-.
Todos los sabios son así. Tiene ideas nuevas, y esas ideas le
absorben mientras tú sólo piensas en distraerlo y atormentarlo...
StudioCreativo ¡Puro Arte!
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