Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
borracho se hubiera detenido a tres pasos de él y le mirara sin
decir nada.
-¿Qué quiere usted? -preguntó ceceando y sin hacer el menor
movimiento.
-Nada, amigo mío -respondió Svidrigailof-. Buenos días.
-Siga su camino.
-¿Mi camino? Me voy al extranjero.
-¿Al extranjero?
-A América.
-¿A América?
Svidrigailof sacó el revólver del bolsillo y lo preparó para
disparar. El soldado arqueó las cejas.
-Oiga, aquí no quiero bromas -ceceó.
-¿Por qué?
-Porque no es lugar a propósito.
-El sitio es excelente, amigo mío. Si alguien te pregunta, tú le
dices que me he marchado a América.
Y apoyó el cañón del revólver en su sien derecha.
-¡Eh, eh! -exclamó el soldado, abriendo aún más los ojos y
mirándole con una expresión de terror-. Ya le he dicho que éste
no es sitio para bromas.
Svidrigailof oprimió el gatillo.
VII
Aquel mismo día, entre seis y siete de la tarde, Raskolnikof se
dirigía a la vivienda de su madre y de su hermana. Ahora
habitaban en el edificio Bakaleev, donde ocupaban las
habitaciones recomendadas por Rasumikhine. La entrada de este
departamento daba a la calle. Raskolnikof estaba ya muy cerca
cuando empezó a vacilar. ¿Entraría? Sí, por nada del mundo
volvería atrás. Su resolución era inquebrantable.
«No saben nada -pensó-, y están acostumbradas a considerarme
como un tipo raro.»
StudioCreativo ¡Puro Arte!
Página 621