Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
largas pestañas de la niña oscilaban y se levantaban ligeramente.
Los entreabiertos párpados dejaron escapar una mirada
penetrante, maliciosa y que no tenía nada de infantil. ¿Era que la
niña fingía dormir? Sí, no cabía duda. Su boquita sonrió y las
comisuras de sus labios temblaron en un deseo reprimido de reír.
Y he aquí que de improviso deja de contenerse y se ríe
francamente. Algo desvergonzado, provocativo, aparece en su
rostro, que no es ya el rostro de una niña. Es la expresión del
vicio en la cara de una prostituta. Y los ojos se
abren francamente, enteramente, y envuelven a Svidrigailof en
una mirada ardiente y lasciva, de alegre invitación... La carita
infantil tiene un algo repugnante con su expresión de lujuria.
« ¿Cómo es posible que a los cinco años...? -piensa, horrorizado-. Pero ¿qué otra cosa puede ser?»
La niña vuelve hacia él su rostro ardiente y le tiende los brazos.
Svidrigailof lanza una exclamación de espanto, levanta la mano,
amenazador..., y en este momento se despierta.
Vio que seguía acostado, bien cubierto por las ropas de la cama.
La vela no estaba encendida y en la ventana apuntaba la luz del
amanecer.
«Me he pasado la noche en una continua pesadilla.»
Se incorporó y advirtió, indignado, que tenía el cuerpo dolorido.
En el exterior reinaba una espesa niebla que impedía ver nada.
Eran cerca de las cinco. Había dormido demasiado. Se levantó, se
puso la americana y el abrigo, húmedos todavía, palpó el revólver
guardado en el bolsillo, lo sacó y se aseguró de que la bala estaba
bien colocada. Luego se sentó ante la mesa, sacó un cuaderno de
notas y escribió en la primera página varias líneas en gruesos
caracteres. Después de leerlas, se acodó en la mesa y quedó
pensativo. El revólver y el cuaderno de notas estaban sobre la
mesa, cerca de él. Las moscas habían invadido el trozo de carne
que había quedado intacto. Las estuvo mirando un buen rato y
luego empezó a cazarlas con la mano derecha. Al fin se asombró
StudioCreativo ¡Puro Arte!
Página 619