Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
El sueño seguía huyendo de él. Poco a poco, la imagen de Dunia
fue esbozándose en su imaginación y un estremecimiento recorrió
todo su cuerpo.
« ¡No, hay que terminar! -se dijo, volviendo en sí-. Pensemos en
otra cosa. Es verdaderamente extraño y curioso que yo no haya
odiado jamás seriamente a nadie, que no haya tenido el deseo de
vengarme de nadie. Esto es mala señal... ¡Cuántas promesas le he
hecho! Esa mujer podría haberme gobernado a su antojo.»
Se detuvo y apretó los dientes. La imagen de Dunetchka surgió
ante él tal como la había visto en el momento de hacer el primer
disparo. Después había tenido miedo, había bajado el revólver y
se había quedado mirándole como petrificada por el espanto.
Entonces él habría podido cogerla, y no una, sino dos veces, sin
que ella hubiera levantado el brazo para defenderse. Sin embargo,
él la avisó. Recordaba que se había compadecido de ella. Sí, en
aquel momento su corazón se había conmovido.
« ¡Diablo! ¿Todavía pensando en esto? ¡Hay que terminar,
terminar de una vez ! »
Ya empezaba a dormirse, ya se calmaba su temblor febril,
cuando notó que algo corría sobre la cubierta, a lo largo de su
brazo y de su pierna.
«¡Demonio! Debe de ser un ratón. Me he dejado la carne en la
mesa y...»
No quería destaparse ni levantarse con aquel frío. Pero de
pronto notó en la pierna un nuevo contacto desagradable.
Entonces echó a un lado la cubierta y encendió la bujía. Después,
temblando de frío, empezó a inspeccionar la cama. De súbito vio
que un ratón saltaba sobre la sábana. Intentó atraparlo, pero el
animal, sin bajar del lecho, empezó a corretear y a zigzaguear en
todas direcciones, burlando a la mano que trataba de asirlo. Al fin
se introdujo debajo de la almohada. Svidrigailof arrojó la
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