Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
poco mayor que la suya. En ella había dos hombres. Uno de ellos
estaba de pie, en mangas de camisa; tenía el cabello revuelto, la
cara enrojecida, las piernas abiertas y una actitud de orador. Se
daba fuertes golpes en el pecho y sermoneaba a su compañero
con voz patética, recordándole que lo había sacado del lodo, que
podía abandonarlo nuevamente y que el Altísimo veía lo que
ocurría aquí abajo. El amigo al que se dirigía tenía el aspecto del
hombre que quiere estornudar y no puede. De vez en cuando
miraba estúpidamente al orador, cuyas palabras, evidentemente,
no comprendía. Sobre la mesa había un cabo de vela que estaba
en las últimas, una botella de vodka casi vacía, vasos de varios
tamaños, pan, cohombros y tazas de té.
Después de haber contemplado atentamente este cuadro,
Svidrigailof dejó su puesto de observación y volvió a sentarse en
la cama. Al traerle el té y la carne, el harapiento mozo no pudo
menos de volverle a preguntar si quería alguna otra cosa, pero de
nuevo recibió una respuesta negativa y se retiró definitivamente.
Svidrigailof se apresuró a tomarse un vaso de té para entrar en
calor. Pero no pudo comer nada. Empezaba a tener fiebre y esto
le quitaba el apetito. Se despojó del abrigo y de la americana y se
introdujo entre las ropas del lecho. Se sentía molesto.
«Quisiera estar bien en esta ocasión», pensó con una sonrisita
irónica.
La atmósfera era asfixiante, la bujía iluminaba débilmente la
habitación, fuera rugía el viento. Llegaba de un rincón ruido de
ratas; además, un olor de cuero y de ratón llenaba la pieza.
Svidrigailof fantaseaba tendido en su lecho. Las ideas se sucedían
confusamente en su cerebro. Deseaba que su imaginación se
detuviera sobre algo. Pensó:
«Debe de haber un jardín debajo de la ventana. Oigo el rumor
del ramaje agitado por el viento. ¡Cómo odio este rumor de follaje
en las noches de tormenta! Es verdaderamente desagradable. »
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