Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
a su prometida. Tratándose de un hombre así, uno no debía
asombrarse de nada. Ciertamente, había motivo para
sorprenderse
al
verle
tan
empapado,
pero
mayores
extravagancias se observaban en los ingleses. Además, a las
personas del gran mundo no les importaban las murmuraciones y
no se preocupaban por nada ni por nadie. Tal vez él se mostraba
así adrede, para demostrar lo indiferente que le era la opinión
ajena.
Lo más importante era no decir ni una palabra a nadie, pues
sabía Dios cómo terminaría aquel asunto. Había que guardar el
dinero bajo llave sin pérdida de tiempo. Afortunadamente, nadie
se había enterado de lo ocurrido. Sobre todo, habría que procurar
mantener en la ignorancia a la trapacera señora Resslich. Los
padres estuvieron hablando de estas cosas hasta las dos de la
madrugada. Pero a esta hora la hija hacía ya tiempo que había
vuelto a la cama, perpleja y un poco triste.
Svidrigailof entró en la ciudad por la puerta ... La lluvia había
cesado, pero el viento soplaba con violencia. Se estremeció y se
detuvo para contemplar con una atención extraña, vacilante, la
oscura agua del Pequeño Neva. Pero al cabo de un momento de
permanecer inclinado sobre el barandal sintió frío y echó a andar,
internándose en la avenida... Durante cerca de media hora estuvo
recorriendo esta inmensa vía como si buscase algo. Hacía poco,
un día que pasaba casualmente por allí, había visto, a la derecha,
una gran construcción de madera, un hotel llamado, si mal no
recordaba, «Andrinópolis.» Al fin lo encontró. En verdad, era
imposible no verlo en aquella oscuridad: era un largo edificio,
iluminado todavía, a pesar de la hora, y en el que se percibían
ciertos indicios de animación.
Entró y pidió un aposento a un mozo andrajoso que encontró en
el pasillo. El sirviente le dirigió una mirada y lo condujo a una
pequeña y asfixiante habitación situada al final del corredor,
StudioCreativo ¡Puro Arte!
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