CRIMEN Y CASTIGO - FIÓDOR DOSTOYEVSKI | Page 61

Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski -Lo más importante -exclamó Raskolnikof, agitado-, lo más importante es no permitir que caiga en manos de ese malvado. La ultrajaría por segunda vez; sus pretensiones son claras como el agua. ¡Mírelo! El muy granuja no se va. Hablaba en voz alta y señalaba al desconocido con el dedo. Éste lo oyó y pareció que iba a dejarse llevar de la cólera, pero se contuvo y se limitó a dirigirle una mirada desdeñosa. Luego se alejó lentamente una docena de pasos y se detuvo de nuevo. -No permitir que caiga en sus manos -repitió el agente, pensativo-. Desde luego, eso se podría conseguir. Pero tenemos que averiguar su dirección. De lo contrario... Oiga, señorita. Dígame... Se había inclinado de nuevo sobre ella. De súbito, la muchacha abrió los ojos por completo, miró a los dos hombres atentamente y, como si la luz se hiciera repentinamente en su cerebro, se levantó del banco y emprendió a la inversa el camino por donde había venido. -¡Los muy insolentes! -murmuró-. ¡No me los puedo quitar de encima! Y agitó de nuevo los brazos con el gesto del que quiere rechazar algo. Iba con paso rápido y todavía inseguro. El elegante desconocido continuó la persecución, pero por el otro lado de la calzada y sin perderla de vista. -No se inquiete -dijo resueltamente el policía, ajustando su paso al de la muchacha-: ese hombre no la molestará. ¡Ah, cuánto vicio hay por el mundo! -repitió, y lanzó un suspiro. En ese momento, Raskolnikof se sintió asaltado por un impulso incomprensible. -¡Oiga! -gritó al noble bigotudo. El policía se volvió. -¡Déjela! ¿A usted qué? ¡Deje que se divierta! -y señalaba al perseguidor-. ¿A usted qué? El agente no comprendía. Le miraba con los ojos muy abiertos. StudioCreativo ¡Puro Arte! Página 60