Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
inclinó sobre ella para examinar su rostro desde más cerca y
experimentó una sincera compasión.
-¡Qué pena! -exclamó, sacudiendo la cabeza-. Es una niña. Le
han tendido un lazo, no cabe duda... Oiga, señorita, ¿dónde vive?
La muchacha levantó sus pesados párpados, miró con una
expresión de aturdimiento a los dos hombres a hizo un gesto
como para rechazar sus preguntas.
-Oiga, guardia -dijo Raskolnikof, buscando en sus bolsillos, de
donde extrajo veinte kopeks-. Aquí tiene dinero. Tome un coche y
llévela a su casa. ¡Si pudiéramos averiguar su dirección...!
-Señorita -volvió a decir el agente, cogiendo el dinero-: voy a
parar un coche y la acompañaré a su casa. ¿Adónde hay que
llevarla? ¿Dónde vive?
-¡Dejadme en paz! ¡Qué pelmas! -exclamó la muchacha,
repitiendo el gesto de rechazar a alguien.
-Es lamentable. ¡Qué vergüenza! -se dolió el agente, sacudiendo
la cabeza nuevamente con un gesto de reproche, de piedad y de
indignación-. Ahí está la dificultad -añadió, dirigiéndose a
Raskolnikof y echándole por segunda vez una rápida mirada de
arriba abajo. Sin duda le extrañaba que aquel joven andrajoso
diera dinero-. ¿La ha encontrado usted lejos de aquí? -le
preguntó.
-Ya le he dicho que ella iba delante de mí por el bulevar. Se
tambaleaba y, apenas ha llegado al banco, se ha dejado caer.
-¡Qué cosas tan vergonzosas se ven hoy en este mundo, Señor!
¡Tan joven, y ya bebida! No cabe duda de que la han engañado.
Mire: sus ropas están llenas de desgarrones. ¡Ah, cuánto vicio hay
hoy por el mundo! A lo mejor es hija de casa noble venida a
menos. Esto es muy corriente en nuestros tiempos. Parece una
muchacha de buena familia.
De nuevo se inclinó sobre ella. Tal vez él mismo era padre de
jóvenes bien educadas que habrían podido pasar por señoritas de
buena familia y finos modales.
StudioCreativo ¡Puro Arte!
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