Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
cuando usted lo crea oportuno. Hasta entonces procure que no se
lo quiten.
Sonia se había levantado también y miraba confusa a su
visitante. Deseaba hablarle, hacerle algunas preguntas, pero se
sentía intimidada y no sabía por dónde empezar.
-Pero... pero ¿va usted a salir con esta lluvia?
-¿Cómo puede importarle la lluvia a un hombre que se marcha a
América? ¡Je, je! Adiós, querida Sonia Simonovna. Le deseo
muchos años de vida, muchos años, pues usted será útil a los
demás. A propósito: salude de mi parte al señor Rasumikhine. No
lo olvide. Dígale que Arcadio Ivanovitch Svidrigailof le ha dado a
usted recuerdos para él. No deje de hacerlo.
Y se fue, dejando a la muchacha inquieta, temerosa y dominada
por confusas sospechas.
Más adelante se supo que Svidrigailof había hecho aquella misma
noche otra visita extraordinaria y sorprendente. Seguía lloviendo.
A las once y veinte se presentó, completamente empapado, en
casa de los padres de su prometida, que habitaban un pequeño
departamento en la tercera avenida de Vasilievski Ostrof. No le
fue fácil conseguir que le abrieran. Su llegada a aquella hora
intempestiva causó gran desconcierto. Pero Arcadio Ivanovitch
tenía el don de captarse a las personas cuando se lo proponía, y
aquellos padres que en el primer momento -y con sobrados
motivos- habían considerado la visita de Svidrigailof como una
calaverada de borracho, se convencieron muy pronto de su error.
La inteligente y amable madre de la novia le acercó el sillón del
achacoso padre y abrió la conversación con grandes rodeos.
Nunca iba derecha al asunto y empezaba por una serie de
sonrisas, gestos y ademanes. Por ejemplo, cuando quiso saber la
fecha en que Arcadio Ivanovitch se proponía celebrar la boda,
comenzó interesándose vivamente por París y la vida de su alta
sociedad, para ir trasladándolo poco a poco desde aquella lejana
capital a Vasilievski Ostrof.
StudioCreativo ¡Puro Arte!
Página 608