Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
-Ha sido usted tan bueno conmigo, con los huérfanos y con la
difunta -balbuceó Sonia-, que nunca sabré cómo agradecérselo, y
créame que...
-¡Bah! Dejemos eso...
-En cuanto a ese dinero, Arcadio Ivanovitch, muchas gracias,
pero no lo necesito. Sabré ganarme el pan. No me considere una
ingrata. Ya que es usted tan generoso, ese dinero...
-Es para usted y sólo para usted, Sonia Simonovna. Y le ruego
que no hablemos más de este asunto, pues tengo prisa. Le será
útil, se lo aseguro. Rodion Romanovitch no tiene más que dos
soluciones: o pegarse un tiro o ir a parar a Siberia.
Al oír estas palabras, Sonia empezó a temblar y miró aterrada a
su vecino.
-No se inquiete usted -continuó Svidrigailof-. Lo he oído todo de
sus propios labios, pero no me gusta hablar y no diré ni una
palabra a nadie. Hizo usted muy bien en aconsejarle que fuera a
presentarse a la justicia: es el mejor partido que podría tomar...
Pues bien, cuando lo envíen a Siberia, usted lo acompañará, ¿no
es así? ¿Verdad que lo acompañará? En este caso, necesitará
usted dinero: lo necesitará para él. ¿Comprende? Darle a usted
este dinero es como dárselo a él. Además, usted ha prometido a
Amalia Ivanovna pagarle. Yo lo oí. ¿Por qué contrae usted
compromisos tan ligeramente, Sonia Simonovna? Era Catalina
Ivanovna la que estaba en deuda con ella y no usted. Usted debió
enviar a paseo a esa alemana. No se puede vivir así... En fin, si
alguien le pregunta a usted por mí mañana, pasado mañana o
cualquiera de estos días, cosa que sin duda ocurrirá, no hable
usted de esta visita ni diga que le he dado dinero. Bueno, adiós
-dijo levantándose-. Salude de mi parte a Rodion Romanovitch.
¡Ah, se me olvidaba! Le aconsejo que dé usted a guardar su
dinero al señor Rasumikhine. ¿Le conoce? Sí, debe usted de
conocerle. Es un buen muchacho. Llévele el dinero mañana... o
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