Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
iluminaban el espacio. Svidrigailof llegó a su casa calado hasta los
huesos. Se encerró en su habitación, abrió el cajón de su mesa,
sacó dinero y rompió varios papeles. Después de guardarse el
dinero en el bolsillo, pensó cambiarse la ropa, pero, al ver que
seguía lloviendo, juzgó que no valía la pena, cogió el sombrero y
salió sin cerrar la puerta. Se fue derecho a la habitación de Sonia.
Allí estaba la joven, pero no sola, sino rodeada de los cuatro niños
de Kapernaumof, a los que hacía tomar una taza de té.
Sonia acogió respetuosamente a su visitante. Miró con una
expresión de sorpresa sus mojadas ropas, pero no hizo el menor
comentario.