Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
Durante unos momentos se estuvo librando una lucha espantosa
en el alma de Svidrigailof. Sus ojos se habían fijado en la joven
con una expresión indescriptible. De súbito retiró el brazo con que
había rodeado su talle, dio media vuelta y se dirigió a la ventana.
Tras unos instantes de silencio, sacó la llave del bolsillo izquierdo
de su gabán y la dejó en la mesa que estaba a sus espaldas, sin
volver los ojos hacia Dunia.
-Ahí tiene la llave. Cójala y váyase en seguida.
Siguió mirando obstinadamente a través de la ventana.
Dunia se acercó a la mesa y cogió la llave.
-¡Pronto, pronto! -exclamó Svidrigailof sin hacer el menor
movimiento, pero dando a sus palabras un tono terrible.
Dunia no se lo hizo repetir. Con la llave en la mano, corrió hacia
la puerta, la abrió precipitadamente y salió a toda prisa. Un
instante después corría como una loca a lo largo del canal en
dirección al puente de ...
Svidrigailof permaneció todavía tres minutos ante la ventana.
Después se volvió lentamente, dirigió una mirada en torno a él y
se pasó la mano por la frente. Una sonrisa horrible crispó sus
facciones, una lastimosa sonrisa que expresaba impotencia,
tristeza y desesperación. Su mano se manchó de sangre. Se la
miró con un gesto de cólera. Luego mojó una toalla y se lavó la
sien. El revólver arrojado por Dunia había rodado hasta la puerta.
Lo recogió y empezó a examinarlo. Era pequeño, de tres tiros y de
antiguo modelo. Aún quedaba en él una bala. Tras un momento
de reflexión, se lo guardó en el bolsillo, cogió el sombrero y se
marchó.
VI
Estuvo hasta las diez de la noche recorriendo tabernas y
tugurios. Halló a Katia en uno de estos establecimientos. La
muchacha cantaba sus habituales y descaradas cancioncillas.
Svidrigailof la invitó a beber, así como a un organillero, a los
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