Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
necesidad, por decirlo así... Piense usted en ello. La suerte de su
hermano, y también la de su madre, está en sus manos. Piense,
además, que yo seré su esclavo, y para toda la vida... Espero su
resolución.
Svidrigailof se sentó en el sofá, a unos ocho pasos de Dunia. La
joven no tenía la menor duda acerca de sus intenciones: sabía que
eran inquebrantables, pues conocía bien a Svidrigailof... De pronto
sacó del bolsillo un revólver, lo preparó para disparar y lo dejó en
la mesa, al alcance de su mano.
Svidrigailof hizo un movimiento de sorpresa.
-¡Ah, caramba! -exclamó con una pérfida sonrisa-. Así la cosa
cambia por completo. Usted misma me facilita la tarea, Avdotia
Romanovna... Pero ¿de dónde ha sacado usted ese revólver? ¿Se
lo ha proporcionado el señor Rasumikhine? ¡Toma, si es el mío!
¡Un viejo amigo! ¡Tanto como lo busqué! Las lecciones de tiro que
tuve el honor de darle en el campo no fueron inútiles, por lo que
veo.
-Este revólver no es tuyo, monstruo, sino de Marfa Petrovna. No
había nada tuyo en su casa. Lo cogí cuando comprendí de lo que
eras capaz. Si das un paso, te juro que te mato.
Dunia había empuñado el revólver. En su desesperación, estaba
dispuesta a disparar.
-Bueno, ¿y su hermano? Le hago esta pregunta por pura
curiosidad -dijo Svidrigailof sin moverse del sitio.
-Denúnciale si quieres. Un paso y disparo. Tú envenenaste a tu
esposa: estoy segura. Tú también eres un asesino.
-¿Está usted segura de que envenené a Marfa Petrovna?
-Sí, tú mismo me lo dejaste entrever. Me hablaste de un veneno.
Sé que te lo habías procurado, que lo habías preparado... Fuiste
tú, tú..., ¡infame!
-Si eso fuera verdad, sólo lo habría hecho por ti: tú habrías sido
la causa.
-¡Mientes! Yo siempre lo he odiado, ¡siempre!
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