Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
-No iba a dejar que todo el mundo oyera lo que decíamos. Estoy
muy lejos de burlarme. Lo que ocurre es que estoy cansado de
hablar en este tono. ¿Adónde se propone usted ir? ¿Es que quiere
entregar a su hermano a la justicia? Piense que usted puede
enloquecerlo y dar lugar a que se entregue él mismo. Sepa usted
que le vigilan, que le siguen los pasos. Espere. Ya le he dicho que
le he visto hace un rato y que he hablado con él. Todavía
podemos salvarlo. Espere; siéntese y vamos a estudiar juntos lo
que se puede hacer. La he hecho venir para que hablemos
tranquilamente. Siéntese, haga el favor.
¿Cómo va usted a salvarlo? ¿Acaso tiene salvación?
Dunia se sentó. Svidrigailof ocupó otra silla cerca de ella. -Eso
depende de usted, de usted, sólo de usted -dijo en un susurro.
Sus ojos centelleaban. Su agitación era tan profunda, que apenas
podía articular las palabras. Dunia retrocedió, inquieta. El
prosiguió, temblando:
-De usted depende... Una sola palabra de usted, y lo salvaremos.
Yo... yo lo salvaré. Tengo dinero y amigos. Le mandaré en seguida
al extranjero. Sacaré un pasaporte para mí...; no, dos pasaportes:
uno para él y otro para mí. Tengo amigos, hombres influyentes...
¿Quiere...? Sacaré también un pasaporte para usted..., y otro
para su madre... Usted no necesita para nada a Rasumikhine. Yo
la amo tanto como él. Yo la amo con todo mi ser... Déme el borde
de su falda para besarlo, démelo. El susurro de su vestido me
enloquece. Usted me mandará y yo la obedeceré. Sus creencias
serán las mías. Haré todo, todo lo que usted quiera... No me mire
así, por favor. ¿No ve usted que me está matando?
Empezó a desvariar. Parecía haberse vuelto loco. Dunia se
levantó de un salto y corrió hacia la puerta.
-¡Ábranme, ábranme! -dijo a gritos mientras la golpeaba-. ¿Por
qué no me abren? ¿Es posible que no haya nadie en la casa?
Svidrigailof volvió en sí y se levantó. Una aviesa sonrisa apareció
en sus labios, todavía temblorosos.
StudioCreativo ¡Puro Arte!
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