Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
también, pero a una prudente distancia, al otro lado de la mesa.
Sin embargo, sus ojos tenían el mismo brillo ardiente que hacía
unos momentos había inquietado a Dunetchka. Ésta se estremeció
y volvió a mirar en torno a ella con desconfianza. Fue un gesto
involuntario, pues su deseo era mostrarse perfectamente serena y
dueña de sí misma. Pero el aislamiento en que se hallaban las
habitaciones de Svidrigailof había acabado por atraer su atención.
De buena gana habría preguntado si la patrona estaba en casa,
pero no lo hizo: su orgullo se lo impidió. Por otra parte, el temor
de lo que a ella le pudiera ocurrir no era nada comparado con la
angustia que la dominaba por otras razones. Esta angustia era
para Dunia un verdadero tormento.
-He aquí su carta -dijo depositándola en la mesa-. Lo que usted
me dice en ella no es posible. Me deja usted entrever que mi
hermano ha cometido un crimen. Sus insinuaciones son tan
claras, que sería inútil que ahora tratase usted de recurrir a
subterfugios. Le advierto que, antes de recibir lo que usted
considera como una revelación, yo estaba enterada ya de este
cuento absurdo, del que no creo ni una palabra. Es una suposición
innoble y rid :