Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
querido defender por sí sola a Rodion Romanovitch... Por lo
demás, todo en usted es divino. En cuanto a su hermano, ¿qué
puedo decirle? Usted le acaba de ver. ¿Qué le ha parecido su
actitud?
-Supongo que no fundará usted en esto sus acusaciones.
-No, las fundo en sus propias palabras. Ha venido dos días
seguidos a pasar la tarde con Sonia Simonovna. Ya le he indicado
el lugar donde hablaban. Su hermano lo confesó todo a la
muchacha. Es un asesino. Mató a una vieja usurera en cuya casa
tenía empeñados algunos objetos, y además a su hermana
Lisbeth, que llegó casualmente en el momento del crimen. Las
asesinó a las dos con un hacha que llevaba consigo. El móvil del
crimen era el robo, y su hermano robó: se llevó dinero y algunos
objetos. Me limito a repetir la confesión que hizo a Sonia
Simonovna, que es la única que conoce este secreto, pero que no
tiene participación alguna, ni material ni moral, en el crimen. Por
el contrario, esa muchacha, al enterarse, sintió un horror tan
profundo como el que usted demuestra ahora. Puede estar
tranquila: esa joven no le denunciará.
-¡Imposible! -balbuceó Dunetchka, jadeante y con los labios
pálidos-. Eso no es posible. Él no tenía el más mínimo motivo para
cometer ese crimen... ¡Eso es mentira, mentira!
-Mató por robar: ahí tiene el motivo. Cogió dinero y joyas.
Verdad es que, según ha dicho, no ha sacado provecho del botín,
pues lo escondió debajo de una piedra, donde está todavía. Pero
esto demuestra, simplemente, que no se ha atrevido a hacer use
de él.
-Pero ¿es posible que haya robado? -exclamó Dunia,
levantándose de un salto-. ¿Se puede creer tan sólo que haya
tenido esa idea? Usted lo conoce. ¿Acaso tiene aspecto de ladrón?
Había olvidado su terror de hacía un momento y hablaba en tono
suplicante.
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