Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
las Islas a pasar la noche. De modo que no adelantará nada
viniendo conmigo.
-Tengo que ir a su casa. No a su habitación, sino a la de Sonia
Simonovna: quiero excusarme por no haber asistido a los
funerales.
-Haga usted lo que quiera. Pero le advierto que Sonia Simonovna
no está en su casa. Ha ido a llevar a los huérfanos a una noble y
anciana dama, conocida mía y que está al frente de varios
orfelinatos. Me he captado a esta señora entregándole dinero para
los tres niños de Catalina Ivanovna, más un donativo para las
instituciones. Finalmente, le he contado la historia de Sonia
Simonovna sin omitir detalle, y esto le ha producido un efecto del
que no puede tener usted idea. Ello explica que Sonia Simonovna
haya recibido una invitación para presentarse hoy mismo en el
hotel donde se hospeda esa distinguida señora desde su regreso
del campo.
-No importa.
-Haga usted lo que quiera, pero yo no iré con usted cuando salga
de casa. ¿Para qué...? Óigame: estoy convencido de que usted
desconfía de mí sólo porque he tenido la delicadeza de no hacerle
preguntas enojosas... Usted ha interpretado erróneamente mi
actitud. Juraría que es esto. Sea usted también delicado conmigo.
-¿Con usted, que escucha detrás de las puertas?
-¡Ya salió aquello! -exclamó Svidrigailof entre risas-. Le aseguro
que me habría asombrado que no mencionara usted este detalle.
¡Ja, ja! Aunque comprendí perfectamente lo que usted había
hecho, no entendí todo lo demás que dijo. Tal vez soy un hombre
anticuado, incapaz de comprender ciertas cosas. Explíquemelo,
por el amor de Dios. Ilústreme, enséñeme las ideas nuevas.
-Usted no pudo oír nada. Todo eso son invenciones suyas.
-Lo que quiero que me explique no es lo que usted se imagina.
Pero, desde luego, oí parte de sus confidencias. Yo me refiero a
sus continuas lam V