Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
siempre está a punto de dejarse llevar de la indignación. ¿De
modo que le parece a usted mal que la gente escuche detrás de
las puertas? Ya que tan severo es usted, vaya a presentarse a las
autoridades y dígales: «Me ha ocurrido una desgracia; he sufrido
un error en mis teorías filosóficas.» Pero si está usted convencido
de que no se debe escuchar detrás de las puertas y, en cambio, se
puede matar a una pobre vieja con cualquier arma que se tenga a
mano, lo mejor que puede hacer es marcharse a América cuanto
antes. ¡Huya! Tal vez tenga tiempo aún. Le hablo con toda
franqueza. Si no tiene usted dinero, yo le daré el necesario para el
viaje.
-No me pienso marchar -dijo Raskolnikof con un gesto
despectivo.
-Comprendo... (desde luego, usted puede callarse si no quiere
hablar), comprendo que usted se plantee una serie de problemas
de índole moral. ¿Verdad que se los plantea? Usted se pregunta si
ha obrado como es propio de un hombre y un ciudadano. Deje
estas preguntas, rechácelas. ¿De qué pueden servirle ya? ¡Je, je!
No vale la pena meterse en un asunto, empezar una operación
que uno no es capaz de terminar. Por lo tanto, levántese la tapa
de los sesos. ¿Qué, no se decide?
-Usted quiere irritarme para deshacerse de mí.
-¡Qué ocurrencia tan original! En fin, ya hemos llegado.
Subamos... Mire, ésa es la puerta de la habitación de Sonia
Simonovna. No hay nadie, convénzase... ¿No me cree?
Preguntemos a los Kapernaumof, a quienes ella entrega la llave
cuando se va... Mire, ahí está la señora de Kapernaumof... ¡Oiga!
¿Dónde está la vecina? (Es un poco sorda, ¿sabe...?) ¿Que ha
salido...? ¿Adónde se ha marchado...? Ya lo ha oído usted; no está
en casa y no volverá hasta la noche... Bueno, ahora venga a mis
habitaciones. Pues quiere usted venir, ¿verdad...? Ya estamos. La
señora Resslich ha salido. Siempre está muy atareada, pero es
una buena mujer, se lo aseguro. Si usted hubiera sido más
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