Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
Estaban ya en la calle.
-Yo voy hacia la izquierda -dijo Svidrigailof-, y usted hacia la
derecha. O al revés, si usted lo prefiere. El caso es que nos
separemos. Adiós. Mon plaisir. Celebraré volver a verle.
Y tomó la dirección de la plaza del Mercado.
V
Raskolnikof le alcanzó y se puso a su lado.
-¿Qué significa esto? -exclamó Svidrigailof-. Ya le he dicho a
usted que...
-Esto significa que no le dejo a usted.
-¿Cómo?
Los dos se detuvieron y estuvieron un momento mirándose.
-Lo que usted me ha contado en su embriaguez me demuestra
que, lejos de haber renunciado a sus odiosos proyectos contra mi
hermana, se ocupa en ellos más que nunca. Sé que esta mañana
ha recibido una carta. Usted puede haber encontrado una
prometida en sus vagabundeos, pero esto no quiere decir nada.
Necesito convencerme por mis propios ojos.
A Raskolnikof le habría sido difícil explicar qué era lo que quería
ver por sí mismo.
-¿Quiere usted que llame a la policía?
-Llámela.
Se detuvieron de nuevo y se miraron a la cara. Al fin, el rostro de
Svidrigailof cambió de expresión. Viendo que sus amenazas no
intimidaban a Raskolnikof lo más mínimo, dijo de pronto, en el
tono más amistoso y alegre:
-¡Es usted el colmo! Me he abstenido adrede de hablarle de su
asunto, a pesar de que la curiosidad me devora. He dejado este
tema para otro día. Pero usted es capaz de hacer perder la
paciencia a un santo... Puede usted venir si quiere, pero le
advierto que voy a mi casa sólo para un momento: el tiempo
necesario para coger dinero. Luego cerraré la puerta y me iré a
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