Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
volver a reunirme con mis antiguos amigos, y quisiera no verlos
en mucho tiempo. Debo decirle que durante mi estancia en la
propiedad de Marfa Petrovna me atormentaba con frecuencia el
recuerdo de estos rincones misteriosos. ¡El diablo me lleve! El
pueblo se entrega a la bebida; la juventud culta se marchita o
perece en sus sueños irrealizables: se pierde en teorías
monstruosas. Los demás se entregan a la disipación. He aquí el
espectáculo que me ha ofrecido la ciudad a mi llegada. De todas
partes se desprende un olor a podrido...
»Fui a caer en eso que llaman un baile nocturno. No era más que
una cloaca repugnante, como las que a mí me gustan. Se
levantaban las piernas en un cancán desenfrenado, como jamás
se había hecho en mis tiempos. ¡Es el progreso! De pronto veo
una encantadora muchachita de trece años que está bailando con
un apuesto joven. Otro joven los observa de cerca. Su madre
estaba sentada junto a la pared, como espectadora. Ya puede
usted suponer qué clase de baile era. La muchachita está
avergonzada, enrojece; al fin se siente ofendida y se echa a llorar.
El arrogante bailarín la obliga a dar una serie de vueltas, haciendo
toda clase de muecas, y el público se echa a reír a carcajadas y
empieza a gritar: "¡Bien hecho! ¡Así aprenderán a no traer niñas a
un sitio como éste!" Esto a mí no me importa lo más mínimo. Me
siento al lado de la madre y le digo que yo también soy forastero
y que toda aquella gente me parece estúpida y grosera, incapaz
de respetar a quien lo merece. Insinúo que soy un hombre rico y
les propongo llevarlas en mi coche. Las acompaño a su casa y
trabo conocimiento con ellas. Viven en un verdadero tugurio y han
llegado de una provincia. Me dicen que consideran mi visita como
un gran honor. Me entero de que no tienen un céntimo y han
venido a hacer ciertas vW7F