Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
un asombro profundo. En verdad, era un rostro extraño. Tenía
algo de máscara. La piel era blanca y sonrosada; los labios, de un
rojo vivo; la barba, muy rubia; el cabello, también rubio y además
espeso. Sus ojos eran de un azul nítido, y su mirada, pesada e
inmóvil. Aunque bello y joven -cosa sorprendente dada su edad-,
aquel rostro tenía un algo profundamente antipático. Svidrigailof
llevaba un elegante traje de verano. Su camisa, finísima, era de
una blancura irreprochable. Una gran sortija con una valiosa
piedra brillaba en su dedo.
-Ya que usted lo quiere, seguiremos hablando -dijo Raskolnikof,
entrando en liza repentinamente y con impaciencia febril-. Por
peligroso que sea usted y por poco que desee perjudicarme, no
quiero andarme con rodeos ni con astucias. Le voy a demostrar
ahora mismo que mi suerte me inspira menos temor del que cree
usted. He venido a advertirle francamente que si usted abriga
todavía contra mi hermana las intenciones que abrigó, y piensa
utilizar para sus fines lo que ha sabido últimamente, le mataré sin
darle tiempo a denunciarme para que me detengan. Puede usted
creerme: mantendré mi palabra. Y ahora, si tiene algo que
decirme (pues en estos últimos días me ha parecido que deseaba
hablarme), dígalo pronto, pues no puedo perder más tiempo.
-¿A qué vienen esas prisas? -preguntó Svidrigailof, mirándole con
una expresión de curiosidad.
-Todos tenemos nuestras preocupaciones -repuso Raskolnikof,
sombrío e impaciente.
-Acaba de invitarme usted a hablar con franqueza -dijo
Svidrigailof sonriendo-, y a la primera pregunta que le dirijo me
contesta con una evasiva. Usted cree que yo lo hago todo con una
segunda intención y me mira con desconfianza. Es una actitud que
se comprende, dada su situación; pero, por mucho que sea mi
deseo de estar en buenas relaciones con usted, no me tomaré la
molestia de engañarle. No vale la pena. Por otra parte, no tengo
nada de particular que decirle.
StudioCreativo ¡Puro Arte!
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