Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
el alma humana se vea sometida a influencias tan sombrías y
extrañas. El mismo clima influye considerablemente. Por
desgracia, Petersburgo es el centro administrativo de la nación y
su influencia se extiende por todo el país. Pero no se trata
precisamente de esto. Lo que quería decirle es que le he
observado a usted varias veces en la calle. Usted sale de su casa
con la cabeza en alto, y cuando ha dado unos veinte pasos la baja
y se lleva las manos a la espalda. Basta mirarle para comprender
que entonces usted no se da cuenta de nada de lo que ocurre en
torno de su persona. Al fin empieza usted a mover los labios, es
decir, a hablar solo. A veces dice cosas en voz alta, entre gestos y
ademanes, o permanece un rato parado en medio de la calle sin
motivo alguno. Piense que, así como le he visto yo, pueden verle
otras personas, y esto sería un peligro para usted. En el fondo,
poco me importa, pues no tengo la menor intención de curarle,
pero ya me comprenderá...
-¿Sabe usted que me persiguen? -preguntó Raskolnikof
dirigiéndole una mirada escrutadora.
-No, no lo sabía -repuso Svidrigailof con un gesto de asombro.
-Entonces, déjeme en paz.
-Bien: le dejaré en paz.
-Pero dígame: si es verdad que usted me ha citado dos veces
aquí y esperaba mi visita, ¿