CRIMEN Y CASTIGO - FIÓDOR DOSTOYEVSKI | Page 567

Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski unos dieciocho años, y, a pesar de los cantos que llegaban de la sala, entonaba una cancioncilla trivial con una voz de contralto algo ronca, acompañada por el organillo. -¡Basta! -dijo Svidrigailof a los artistas al ver entrar a Raskolnikof. La muchacha dejó de cantar en el acto y esperó en actitud respetuosa. También respetuosa y gravemente acababa de cantar su vulgar cancioncilla. -¡Felipe, un vaso! -pidió a voces Svidrigailof. -Yo no bebo vino -dijo Raskolnikof. -Como usted guste. Pero no he pedido un vaso para usted. Bebe, Katia. Hoy ya no lo volveré a necesitar. Toma. Le sirvió un gran vaso de vino y le entregó un pequeño billete amarillo. La muchacha apuró el vaso de un solo trago, como hacen todas las mujeres, tomó el billete y besó la mano de Svidrigailof, que aceptó con toda seriedad esta demostración de respeto servil. Acto seguido, la joven se retiró acompañada del organillero. Svidrigailof los había encontrado a los dos en la calle. Aún no hacía una semana que estaba en Petersburgo y ya parecía un antiguo cliente de la casa. Felipe, el camarero, le servía como a un parroquiano distinguido. La puerta que daba al salón estaba cerrada, y Svidrigailof se desenvolvía en aquel establecimiento como en casa propia. Seguramente pasaba allí el día. Aquel local era un antro sucio, innoble, inferior a la categoría media de esta clase de establecimientos. -Iba a su casa -dijo Raskolnikof-, y, no sé por qué, he tomado la avenida ... al dejar la plaza del Mercado. No paso nunca por aquí. Doblo siempre hacia la derecha al salir de la plaza. Además, éste no es el camino de su casa. Apenas he doblado hacia este lado, le he visto a usted. Es extraño, ¿verdad? -¿Por qué no dice usted, sencillamente, que esto es un milagro? -Porque tal vez no es más que un azar. StudioCreativo ¡Puro Arte! Página 566