Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
de Catalina Ivanovna, pero vaya usted a saber el fin que
perseguía. Era un hombre Reno de segundas intenciones.
Desde hacía algunos días, otra idea turbaba a Raskolnikof, a
pesar de sus esfuerzos por rechazarla para evitar el profundo
sufrimiento que le producía. Pensaba que Svidrigailof siempre
había girado, y seguía girando, alrededor de él. Además, aquel
hombre había descubierto su secreto. Y, finalmente, había
abrigado ciertas intenciones acerca de Dunia. Tal vez seguía
alimentándolas. Y sin «tal vez»: era seguro. Ahora que conocía su
secreto, bien podría utilizarlo como un arma contra Dunia.
Esta suposición le había quitado el sueño, pero nunca había
aparecido en su mente con tanta nitidez como en aquellos
momentos en que se dirigía a casa de Svidrigailof. Y le bastaba
pensar en ello para ponerse furioso. Sin duda, todo iba a cambiar,
incluso su propia situación. Debía confiar su secreto a Dunetchka
y luego entregarse a la justicia para evitar que su hermana
cometiese alguna imprudencia. ¿Y qué pensar de la carta que
aquella mañana había recibido Dunia? ¿De quién podía recibir su
hermana una carta en Petersburgo? ¿De Lujine? Rasumikhine era
un buen guardián, pero no sabía nada de esto. Y Raskolnikof se
dijo, contrariado, que tal vez fuera necesario confiarse también a
su amigo.
«Sea como fuere, tengo que ir a ver a Svidrigailof cuanto antes
-se dijo- Afortunadamente, en este asunto los detalles tienen
menos importancia que el fondo. Pero este hombre, si tiene la
audacia de tramar algo contra Dunia, es capaz de... Y en este
caso, yo...»
Raskolnikof estaba tan agotado por aquel mes de continuos
sufrimientos, que no pudo encontrar más que una solución. «Y en
este caso, yo lo mataré», se dijo, desesperado.
Un sentimiento angustioso le oprimía el corazón. Se detuvo en
medio de la calle y paseó la mirada en torno de él. ¿Qué camino
había tomado? Estaba en la avenida ..., a treinta o cuarenta pasos
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